Los granos de arena volaban a gran velocidad e impactaban contra su cuerpo, contra el pañuelo que le cubría la boca y contra las gafas. Caminaba intentando evitar que la lluvia de partículas le golpeara la cara, pero por más que interponía el brazo en la trayectoria de estas, por más que lo acercaba al rostro, los diminutos granos conseguían rebasar la extremidad y chocar con la mandíbula.
Tras cerca de veinte minutos, en los que caminó contra la tormenta de arena, harto de ser golpeado continuamente, tensó los músculos de la cara y espetó:
—¿Tan mal estáis? ¿Tan destrozado tenéis los sistemas que no habéis sido capaces de predecir que el viento levantaría esta polvareda? —Apretó los dientes.
El robot alto, que avanzaba a su lado, respondió:
—Todavía no hemos llegado a ese grado de degradación. Aún somos capaces de prever los cambios en la atmósfera.
—Entonces ¿por qué dijisteis que estaría despejado? —replicó.
El androide regordete, que iba unos pasos detrás de ellos, contestó:
—Parece que el entorno que rodea la estructura responde a tu presencia y altera la atmósfera.
Woklan guardó silencio, siguió caminando y pensó:
«¿A mi presencia? ¿Yo causo la tormenta de arena? —Sintió un cosquilleo en la mano y, casi al instante, vio cómo una tenue película lumínica le cubría el brazo—. ¿Qué es esto?».
El viento dejó de soplar y los granos de arena se quedaron flotando en el aire. Woklan, perplejo, parpadeó, movió el brazo y apartó parte de la fina capa de polvo que lo envolvía. Se dio la vuelta, miró a los robots y se extrañó aún más; los androides se hallaban quietos, paralizados.
—¿Qué está pasando? —soltó un pensamiento en voz alta.
Cuando volvió a sentir el cosquilleo, bajó la cabeza, observó el brazo y vio cómo el tenue brillo se apagaba.
—¿Estás preparado? —escuchó la pregunta de alguien que le resultaba familiar.
Se volteó y buscó sin éxito el origen de la voz. Escrutó el entorno, contempló el horizonte a través de los diminutos huecos que quedaban entre los granos flotantes, dio unos pasos y atravesó la cortina de polvo.
«La realidad se está descomponiendo muy deprisa. La energía Gaónica está desintegrándose. —Miró el suelo y se fijó en la marca de una pisada—. Con cada instante que pasa, con cada segundo en el que no logro regresar antes de que se inicie el suceso originario, la realidad se deforma más. —Se agachó y tocó el surco negro de la huella—. No puedo dejar que me afecte la agonía de la realidad. —Lo granos flotantes descendieron de golpe, se amontonaron en el suelo y borraron la pisada—. No puedo dejar que me desestabilice. —Dirigió la mirada hacia la estructura que se hundía en el núcleo del planeta—. El universo depende de mí... Mi familia depende de mí».
Se levantó, se sacudió el polvo, se quitó las gafas y el pañuelo y caminó hacia la construcción. Mientras se acercaba a la pared exterior de esa inmensa estructura, los robots se reactivaron y lo siguieron. Después de unos minutos, cuando tan solo faltaban unos pasos para poder alcanzarla, una fuerte migraña lo obligó a detenerse. El dolor se intensificó tanto que se le escapó un grito.
El robot alto se acercó, activó los escáneres y dijo tras analizarlo:
—Tu organismo está desprendiendo una energía desconocida.
Woklan no le oía, estaba inmerso en una sucesión de recuerdos dolorosos. Cuando despertó después de que lo rescataran los androides, pensó que se le había revelado por completo lo que sucedió en la Ethopskos, pero en ese instante, sacudido por una infinidad de imágenes, sonidos, olores, sensaciones y emociones, tuvo la dolorosa revelación de que no fue así.
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Entropía: El Reino de Dhagmarkal
Science FictionWoklan despierta sobre un charco de sangre dentro de una nave de La Corporación: la entidad encargada de explorar las líneas temporales. No recuerda nada, no sabe cuál ha sido el destino de sus compañeros y tampoco es consciente de que ha caído en l...