dos niños.

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Sala de espera de un consultorio psicológico:

-Hace calor... -dice Manuel y se abanica la cara con la mano.

La madre lo mira y lo trae junto a ella.

-Ya falta poco... -le dice y le palmea la espalda.

-No entiendo este método, te juro... -dice Carmen, otra mujer que se encontraba en el lugar.

-Yo tampoco, pero qué se yo. Vengo porque él lo necesita... -dice la mamá de Manuel señalándolo.

-Sí, ella también lo necesita –dice Carmen y señala a su hija Julia que está sentada unos asientos más lejos- pero es una cosa de locos.

-Es porque es lacaniana –interrumpe una chica de alrededor de veinte años que se encontraba leyendo un libro- digo, Cecilia, es lacaniana. Significa que el tiempo de las sesiones es indefinido. Entonces ella no puede calcular o darle un horario fijo a nadie porque no sabe que puede salir de eso.

-¿Y por eso tenemos que estar acá como gilas esperando todo el día? –pregunta Carmen.

-Claro, porque el tiempo es variable.

-Ni me lo digas. La última vez estuve esperando treinta minutos, el jueves, y la sesión duró quince. Fue un desperdicio del día –dice la mamá de Manuel.

-Tengo calor –dice Manuel.

-Es el precio que uno paga por analizarse... -agrega la chica joven.

-Qué analizarse. Yo vengo por ella. No sé qué es eso del análisis. Lo paga la obra social y bueno, tiene sus contras... -dice Carmen.

-Claro, yo vengo especialmente porque Cecilia es una genia. Fue la única que me entendió... -dice la chica joven.

-Ah... -susurra Carmen.

Julia, la hija de Carmen, tiene aproximadamente seis años. O quizás siete. Está sentada tres asientos más lejos y hojeando una revista de cocina. Mira las fotos y se toca la cara porque está pensando en lo rico que sería comerse ese flan con dulce de leche que vio y se le hace agua la boca. Julia se para y va hacia donde está Carmen.

-Mamá, quiero esto. Comprame... -le dice.

-No hijita, sabés que no podés comer esos flanes, te van a volver una gorda así, mira –Carmen hace con las manos como si estuviera teniendo un globo terráqueo- así vas a quedar...

Julia la mira, vuelve a mirar la revista y baja la cabeza al piso.

-Julia, vení... ¿Por qué no aprovechan y juegan con Manuel un rato? –dice la mamá de Manuel- así dejás a tu mamá tranquila.

-Quiero quedarme acá, mami... -dice Manuel.

-No, no... andá con Julia, dale. Vayan al patio ese que hay ahí –dice y empuja a los dos nenes para ese lado.

Manuel y Julia van a la terraza contigua y se sientan en un banco verde de plaza que tiene dos maderas rotas y hace que los piecitos de ellos quedaran colgando.

-¿Vos por qué estás acá? –pregunta Manuel.

-No sé, la seño me dijo que tengo que venir ¿y, vos?

-Mamá me trajo. Dice que es importante que venga, pero no sé bien que tengo que hacer... -dice Manuel y hace con las palmas para arriba y mueve el hombro.

-Yo tampoco pero la seño me dijo que tengo que hablar sobre mi vida... contarle qué hago y esas cosas...

-¿Yo tengo que hacer lo mismo? –pregunta Manuel.

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