Relata Zoe
Llegamos al boliche con Brenda, y le grité que fuéramos a la barra a pedir algo; la música estaba demasiado fuerte. Fuimos y, una vez allí, le pedimos al barman dos mojitos. Era un hombre muy apuesto: morocho, ojos marrones, barba de unos cinco días y facciones muy equilibradas. Simplemente un hombre con todas las letras.
Salí de mi nube cuando Brenda me avisó que nos había traído los tragos. Agarré el mojito y me lo tomé rápido, lo que me provocó una quemazón en la garganta. Después de unos tres mojitos más, fuimos a bailar un rato. La pista estaba llena y la gente se movía con entusiasmo.
Mientras bailábamos, se nos acercaron dos hombres, uno de unos treinta años y el otro aparentaba unos cuarenta. El de treinta invitó a mi amiga a bailar, y el otro me ofreció un trago a mí. ¿Qué más daba? Pensé. Me voy a divertir cueste lo que cueste.
Después de unos cuantos tragos, me sentía mareada y fuera de mí. No entendía qué me pasaba. El desconocido me ofreció salir afuera y, a pesar de mis dudas, le envié un mensaje a Brenda diciéndole que estaba afuera y que no se preocupara. Fui a paso lento, no me sentía del todo bien.
El extraño se acercó a mí y me empujó hacia una pared. Yo no me moví. Cuando me quise dar cuenta, me estaba besando el cuello y metiendo su mano por debajo de mi vestido. Me dio asco y lo aparté.
—¿Qué crees que haces, nenita? —dijo él.
—Déjame —respondí, intentando zafarme.
Quise irme, pero me sujetó fuertemente del brazo, haciéndome daño.
—¡Suéltame, viejo enfermo!
No me hizo caso. Al contrario, me agarró de las manos y me metió en un auto. Quise gritar, pero me tapó la boca, impidiendo que emitiera cualquier sonido. Empezó a levantar mi vestido y, en un momento, soltó una de mis manos. Aproveché para impulsarme y darle un cabezazo. Cayó fuera del auto, y traté de correr, pero alguien me agarró del tobillo y me tiró al suelo. Grité desesperada.
—¡Ayuda, me quieren violar! —las lágrimas caían por mi rostro.
Creí que todo estaba perdido cuando, de repente, escuché una voz muy conocida.
—Aparta tus asquerosas manos de ella.
Sentí un alivio inmediato al ver a Dylan. El extraño no hizo caso y siguió tocándome. Dylan lo agarró con fuerza y empezó a golpear su cabeza contra el auto. Finalmente, quedó inconsciente. Dylan me ayudó a levantarme y, al ver mi estado, me abrazó.
—¿Por qué siempre me tienen que pasar estas cosas a mí? —dije, sollozando.
—¿De qué hablas? —preguntó, sorprendido.
—Eh, de nada...
Por alguna extraña razón, no le creía, sentía que había algo más que no quería contarme. Pero por el momento, dejé las cosas así. Lo único que quería era tranquilizarla.
—¿Quieres venir a mi casa? —le ofrecí.
—No sé si es correcto —dijo, aún sollozando.
—No estamos en el colegio. No importa lo que sea correcto o no. No pienso dejarte sola.
—Está bien, llévame a tu casa.
Fuimos al estacionamiento, le abrí la puerta del acompañante y se sentó. Empecé a manejar hacia mi casa. Cuando llegamos, abrí la puerta y la invité a pasar.
—Ponte cómoda. ¿Quieres ducharte?
—No tengo nada que ponerme —respondió.
—Si no te disgusta, yo te presto ropa. Tengo unas camisas que seguro te quedan genial.
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Quemada por la pasión
Teen FictionEsta es la historia de Zoe una adolescente de 17 años que se enamora de su profesor de economía Dylan Scott de 28 años. Ella odiaba el colegio hasta que lo conoció a el, un sexy y apuesto hombre dispuesto a llevarla al mismo cielo con solo acercarse...