El ambiente en la cafetería era bastante acogedor aunque un poco ruidoso, era un hermoso local con paredes de ladrillo y cómodos sillones color crema que contrastaban perfectamente con las mesas naranjas y lámparas que le hacían juego.
El delicioso olor a café se mezclaba con el de repostería recién hecha y los amplios ventanales le daban una claridad casi mágica al lugar, a pesar de la fuerte lluvia que caía afuera. La cafetería estaba llena, habían jóvenes hablando de cosas sin sentido y tomando fotografías de las cosas más absurdas de la Tierra, ancianas hablando ruidosamente sobre los logros de sus nietos y recordando sus mejores años, parejas felices desbordando amor por todo lado sin importarles nada más que ellos.
Estaba ahí un hombre que desentonaba completamente con el ambiente alegre de la cafetería. Era alto, bien parecido, vestía un elegante traje negro, camisa blanca y corbata roja. Se notaba que no estaba feliz, sus cansados ojos grises estaban fijos en las ventanas, que golpeadas por el caer de la lluvia empezaban a empañarse. Estaba ido en sus pensamientos, en un único y horrible pensamiento para ser exactos. ¿Acaso la vida podía ser tan cruel? ¿Qué podía ser capaz de hacer que una persona "buena", podría decirse, estuviera al borde de ese abismo?
Sus ojos se bañaron en lágrimas y él volvió un momento la mirada hacia los que le rodeaban, pero entre tanta felicidad parecía que nadie notaba a un hombre adulto llorando. Tomó la taza de café que había frente a él, entre un montón desordenado de papeles y se dispuso a beberlo.
Se sabía solo, no tenía nada más por lo que pudiera luchar. Suspiró, devolvió su mirada hacia la ventana y se perdió de nuevo en un recuerdo.
"Ella era hermosa, con esos ojos café capaces de penetrar hasta lo más profundo del alma y esa sonrisa inocente de niña que podía enternecer al corazón más duro. Su cabello rizado caía sobre sus hombros y su presencia llenaba la pequeña sala de fiesta. Bailaba, reía y se divertía como nunca había visto a nadie hacerlo, completamente despreocupada de lo que la gente pudiera decir. Tenía esa chispa que solo ciertos elegidos tienen y eso a él le encantó, ¿acaso existe el amor a primera vista?
El joven se acercó a su primo, el anfitrión de la fiesta y señalándola con la cabeza le preguntó:
— Carlos, ¿quién es ella?
El otro tipo la miró y con un suspiro dijo:
— Desespera, ¿cierto?— Sonrió y luego continuó— Fuimos compañeros en el colegio, mi novia la invitó a la fiesta y sabes que es mejor no llevarle la contraria.
Ambos rieron y de pronto Carlos dijo:
— Está un poco loca, ¿no te parece?
Ella bailaba con unas amigas a unos dos metros del par de jóvenes, que la veían, uno con cara de desaprobación y otro mirándola como un idiota.
— Para nada, creo que es hermosa.
Carlos sonrió y en voz baja dijo:
— Estudia medicina, ama a los animales y le gusta leer casi tanto como a ti... — Guiño un ojo y añadió— El resto vas a tener que averiguarlo. Suerte, Mario.
Y diciendo esas últimas palabras lo empujó hacia el grupo de chicas, directamente hasta la loca de cabello rizado y casi la hace caer.
Ella simplemente soltó una carcajada y dijo con voz tranquila y dulce:
— Si querías bailar conmigo solo tenías que decirlo— Sonrió con una mirada pícara y continuó— No era necesaria tanta violencia.
El muchacho le devolvió la sonrisa y le extendió la mano.
— Mucho gusto, soy Mario.
Ella en vez de estrecharle la mano la tomó, la llevó a su cintura y le dijo:
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Una semana para decir Adiós
Ficción GeneralUn anciano aparece de la nada ante un hombre que está a punto de rendirse, con una historia capaz de salvarle la vida o de terminar de condenarlo. La historia de un hombre con una vida llena de sufrimiento que decide ponerle fin y recibe una semana...