"El bar era completamente diferente a esta hermosa cafetería, era un lugar frío, oscuro y bastante feo. Las mesas y sillas de madera estaban gastadas y sucias, el suelo lleno de manchas y restos de comida. De cada rincón del bar llegaba un olor nauseabundo a alcohol, orina y algunos otros olores que si mencionara me arruinarían este sabroso café y podrían revolverme el estómago.
El protagonista de esta historia estaba sentado al final de la barra, y recostado a la fría pared del bar miraba fijamente una fotografía arrugada que había sacado de su billetera. La imagen, gastada y un poco rasgada en las orillas, retrataba a una hermosa pareja de unos veinte años, ella sonreía a la cámara abrazando al muchacho que estaba a su lado. El chico la veía sonriendo, con una de esas miradas que valen más que cualquier promesa de amor.
El hombre se puso a detallar la fotografía. Habían pasado más de quince años desde que se había tomado, su cabello antaño negro tenía pinceladas del blanco, sus ojos, ahora cansados y con bolsas se humedecieron ligeramente al pasar el pulgar con delicadeza por el rostro de la chica, como si la acariciara.
— Esa es una botella de whisky un poco cara, ¿no?— dijo la joven que acababa de sentarse junto a él— Podría aceptarte un trago.
Era una mujer simplemente espectacular, digna de portada de revista. Su rostro era hermoso, su cuerpo perfecto. Su piel blanca estaba un poco ruborizada, sus grandes ojos color miel brillaban y en sus labios rojos se dibujaba una preciosa sonrisa.
El hombre la observó fijamente, con expresión de desconcierto y sonrió. ¿Acaso una persona no podía compadecerse de su propia miseria en tranquilidad? No era la primera vez que le pasaba, las mujeres tenían esa extraña fijación por los hombres de rostro serio y mirada triste. Sabía perfectamente cómo alejarla así que lo hizo, quitó su mano del vaso de whisky y enseñó el reluciente anillo de oro que portaba. Normalmente el símbolo de la alianza y su forma fría de tratar a la gente eran el más perfecto repelente hacia la compañía de otro ser humano, sin embargo la joven no hizo más que reírse.
— Tranquilo, campeón— dijo con voz risueña — Solo quiero un trago o una buena conversación.
El hombre evitó el contacto visual con la atractiva muchacha, que casi podría ser su hija y después de un pesado suspiro dijo:
— Deberás conformarte con el trago— hizo un gesto al cantinero, que puso otro vaso sobre la barra y se alejó, mirando interesado a la extraña pareja. — No soy de hablar mucho.
La chica ladeó ligeramente la cabeza y sonrió. Le extendió la mano y con un tono amable dijo:
—Un placer, soy Arianne.
El hombre notó un leve acento extranjero al momento en el que la chica se presentaba. Estrechó su mano, guiñó un ojo y dijo:
—Enchanté—Sirvió un poco de whisky en el vaso y se lo pasó.
La chica soltó una carcajada y apoyó la cabeza en su brazo, mientras tomaba un trago de la bebida. Lo miró un par de segundos y se mordió el labio.
— ¿Se nota tanto?
El hombre por primera vez sonrió y mirándola directo a los ojos dijo:
—No, viví en París durante casi un año y debo admitir— se acercó un poco a la muchacha— que extrañaba ese exquisito acento casi como su deliciosa comida. ¿Qué hace una artista francesa tan lejos de casa?
La chica volvió a reír y se encogió de hombros. Se notaba fascinada por la forma en la que hablaba el hombre, por como la iba descifrando sin siquiera preguntar. El hombre tomó su mano izquierda y señaló la mancha gris que tenía en la palma.
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Una semana para decir Adiós
Ficción GeneralUn anciano aparece de la nada ante un hombre que está a punto de rendirse, con una historia capaz de salvarle la vida o de terminar de condenarlo. La historia de un hombre con una vida llena de sufrimiento que decide ponerle fin y recibe una semana...