Siempre me he encontrado con dos sentimientos contradictorios en lo referente al tema de los suicidas.
La primera, era que pensaba que ellos eran cobardes. Cobardes y egoístas. Cobardes, porque no tienen la suficiente fuerza como para sobrellevar, superar lo que los atrapa. Se quedan estancados en pensamientos oscuros y deprimentes. Está claro que la vida no es fácil. Pero no lo entiendo, ¿no tienes ganas de vivir? ¿No te da curiosidad saber qué te depara el futuro? ¿Averiguar qué profesión vas a tener? O si te vas a casar, y si lo haces, con quién. Si vas a tener hijos, si serán dos, o tres, u ocho, incluso. Cómo serán. O si llegará el momento en el que alguien venga y te cambie la vida, o tú a ella. A mí esto me da ganas de vivir.
También creo que son egoístas, porque no piensan en cómo va a afectar tu decisión a la gente que te quiere. Yo lo sé bien. Lo he sentido. El miedo a que mi hermana me dejara, sola. Ella es mi pilar, ella me enseñó a leer, me enseñó a ser fuerte, me enseñó tantas cosas, pero todavía me falta, todavía tengo que aprender más cosas, y sin ella, ¿cómo lo hubiera hecho? Era yo la que sentía el terror cuando la consolaba, cuando le daba mi hombro para que llorara. Era yo, una niña de apenas doce años, la que la escuchaba decir cosas como que se quería morir. Y me pregunto, si a esas personas que pasan por momentos malos en su vida, cuando deciden irse, se les pasa por la cabeza cómo sería su vida si todo fuera diferente. Cómo sería luchar, para salir victorioso de las aguas profundas y oscuras que te quieren ahogar. Si se preguntan cómo sería aceptar una mano de las personas que te quieren. Uno nunca sabe, si la chica o el chico que hay sentado al lado de ti, en la parada de autobús, ha pasado por algo peor y ha luchado, con uñas y dientes, para poder superarlo todo y sentirse bien. Porque si ellos son capaces, ¿por qué tú no?
Pero, a pesar de todo esto, y aquí viene el pensamiento que contradice lo anterior, es que pienso que son valientes. Sí, valientes. Porque yo no soy capaz de coger una cuchilla y deslizarla por mi piel, y apretar más fuerte, para penetrarla hasta el punto de cortar mis venas. Yo le tengo miedo al dolor. No soy capaz de hacer un nudo en una cuerda, subirme a una silla, amarrarme la cuerda al cuello y después empujar el asiento para ahorcarme. Tampoco soy capaz de tirarme en el camino de un tren en marcha, como Ana Karenina, para suicidarme. No soy capaz de nada de eso, y es justo por eso, por lo que esa gente que se suicida, también me parece valiente.
Siempre me he considerado una persona fuerte, pero justo hoy, me he dado cuenta de que no lo soy. Por primera vez, se me ha cruzado por la cabeza el pensamiento de irme. Llevo tanto tiempo sintiéndome mal, que hoy, cuando ya no he podido más, al pensar en el suicidio, no me ha parecido una idea descabellada. Supongo que la gente lo hace para dejar de sufrir. Así que, ¿por qué no? Dicen que vivimos en el infierno y que lo de arriba es el cielo. Por lo que si me voy, sólo me queda irme al cielo, porque por el infierno ya he pasado, ¿no?