Aquel lugar era un maldito asco. Las paredes estaban pintadas de gris, no tenía nada más que ver, solo habían rejas, concreto y un olor tan fétido como las alcantarillas y la mierda que había en ellas.
Tom iba a pagárselas todas y cada una. Se lo había prometido ese día antes que le subieran al auto de la policía.
En silencio y con el corazón roto, observó la única cosa que le dejaron conservar de lo que llevaba el día que su vida cambió para siempre. El día que fue traicionado, acabando con la poca humanidad que quedaba en él. Cuando Tom había decidido acabar con su alma. La única foto que conservaba de ellos dos, del hombre al que amó y que ahora odiaba más que estar encerrado en ese asqueroso lugar luego que se le sentenciara a veinte años de cárcel por narcotráfico y otros delitos menores.
—Hey, tú, flaco, te está buscando el Verdugo, quiere hablar contigo sobre el asunto.
El fuerte acento cubano de su compañero de celda llegó desde las rejas haciendo que secara sus lágrimas y dejara la foto debajo de su almohada. Cogió la fuerza que le daba su odio y se levantó encarando al hombre de piel oscura y rostro golpeado por los años, que le miraba altivo desde la entrada a la celda.
—Voy en un momento Juan, dile que me espere.
Juan asintió retirándose de inmediato mientras algunos guardias de seguridad caminaban por el pasillo, asegurándose que no hubiese nada extraño.
Imbéciles.
Eran tan idiotas como todos lo que en ese sitio habitaban. Sí, quizás había asesinos en serie, violadores, narcotraficantes peores que él. Pero todos, al fin y al cabo, eran basuras.
Bill acomodó el jodido traje naranja que odiaba y se encaminó al área de recreación en donde el apodado Verdugo le esperaba para hablar de su escape de aquel infierno.
Se estaban arriesgando a morir en el intento pero él sabía que con lo inteligentes que eran ambos, escaparían de ese lugar sin problemas. Su única motivación era encontrar a Tom, matarlo y bañarse con su sangre así le diera pena de muerte.
Los rayos del sol penetraron su blanca piel, haciéndole sentir de inmediato un extraño escozor que lo llevó a rascarse con dureza la zona de su antebrazo. Hacían días que no salía a tomar un poco de aire y no podía negar que le hacían sentir un poco mejor las caricias del viento. Aunque el sol ya era otra cosa, lo odiaba.
El Verdugo, un hombre blanco de pelo negro, corpulento y de rasgos duros, lo miró con lascivia mientras le invitaba a sentarse frente a él.
—Todo está listo, nos iremos en dos días ¿Ya sabes a dónde irás después de esto? —preguntó mordiéndose el labio.
Bill alzó una ceja sonriendo con sensualidad. Lo sabía, perfectamente bien. Calle principal de Nueva York, departamento 33. La maldita guarida de Tom, ahí era donde le había dicho su informante que se encontraba la rata que tanto amó.
—Estoy seguro del lugar al que iré.
***
El plan fue tan perfecto como pensó que sería. Un descuido de los guardias y la salida era suya, para cuando las alarmas sonaron él y Verdugo, ya se encontraban a las afueras de las paredes de aquel infierno.
Utilizando la sensualidad que lo caracterizaba, hizo que Verdugo cayera en su trampa y terminara muerto en sus manos. Y cuando le encontraran, él ya estaría lejos haciendo lo que se había prometido.
Durante horas estuvo vagando por la carretera solitaria, de noche, con el frío que calaba huesos, sintiéndose desmayar por momentos hasta que al amanecer llegó a una estación de servicios en la que fue atendido como si fuese alguien normal. Suponía que todavía no habían alertado a nadie sobre su escape.
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Sentencia De Muerte
FanfictionAhora Bill sólo busca venganza. (Continuación de "Un Sólo Disparo")