A través del reflejo

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I

Suspendida en el espejo, sus negros ojos relucían el ansia de las alas que anhelaba tener.

La mirada que el espejo atrapaba cada noche antes de dormir, devolvía en sueños aquello que Wenn quería concretar.

Soñadora, eléctrica y cordial nuestra protagonista enfrentaba el día con el traje social que vestía para ir de su hogar a la oficina, la vuelta familiar a las seis de la tarde, y finalmente el encuentro en el lavabo de su baño, que hacía que Wenn cada noche recordara quién era y cómo sería...

La absorta atención que sus ojos mantenían frente a ese color metálico que devolvía su imagen, la enmarcaban como una mujer joven en proceso de definición. Pero las líneas que ya observaba en su rostro frente al espejo, comenzaban a recordarle que el viejo Cronos, implacable y ansioso, debía seguir su curso.

Una fría noche de julio, nuestra dama se acurrucó entre cálidas mantas y cayó en un profundo sueño que la acunó como hacía tanto no sucedía, y mientras su cuerpo descansaba, una de las líneas a las que Wenn había despertado en su contemplación ante el espejo, saltó hacia el primer sueño que la muchacha desarrollaba...

Diminuta y delgada como era la línea, empezó a correr por un bosque otoñal que dormitaba con la caricia de un Helios agonizante sobre un cielo carmesí.

La línea garabateaba entre las hojas secas y respiraba el aire fresco de aquel atardecer, hasta que una de sus piernas tropezó con un pequeño libro dorado que se enterraba entre la pinocha. Asombrada por el diminuto tamaño del libro y el brillante color que lo envolvía, examinó sus páginas y encontró en ellas la diminuta y delgada imagen de una línea que observaba esa línea dibujada. Aclaró la imagen con su puño, pues no comprendía lo que sus ojos le devolvían, pero no vio la línea delgada, sino la página en blanco. Siguió buscando con ahínco en las demás hojas, pero éstas se iban diluyendo entre sus dedos. Entonces volvió hacia el comienzo del libro y se encontró con la línea que la invitaba a entrar en él.

Nuestra línea accedió al ofrecimiento de la línea libresca que ahora se había tornado dorada, y juntas comenzaron a recorrer el enigmático libro...

II

La música celta acariciaba los oídos de la línea que ahora estaba rodeada de ruinas medievales, perdida en un tiempo indefinido. Sintió que esa melodía llenaba un espacio al recordar sus recorridos en el auto de Wenn en el que casi todos los días sonaba la voz de Loreena Mckennitt. Así se le antojó aprender violín para recrear los pasajes que estaba viendo.

La línea dorada fue cómplice de esa opción y la llevó a un fogón donde al son de la gaita se celebraba una danza nórdica con risas endulzadas con hidromiel fabricada por los aldeanos.

La línea se sintió parte de aquella celebración y con sus finos dedos dibujó el instrumento que acompañaría la velada. Comenzó a mover sus extremidades sobre el violín y la música surgió como un susurro, sin riendas, suave y melodiosa. Cada nota que tocaba se iba plasmando en aquel libro dorado cuyas primeras hojas ahora se iban cubriendo de pentagramas.

Mientras la línea se dejaba llevar por aquella música que ella misma creaba, de repente Wenn, en su almohada, se había sobresaltado sin llegar a despertar. La línea tomó su violín y pensó que el viaje debía continuar.

Pero ante esa inquietud que percibió la línea, la otra libresca no apoyó su intención, y decidió quedarse y disfrutar de la fiesta.

La línea de Wenn, impotente, puesto que su compañera no le habilitaba el regreso, decidió quitarle su color dorado y comenzó a darle otros tonos más cálidos, más pasteles, creándole un nuevo contexto: un paisaje frondoso, con un lago a sus pies y una cascada que le cantaba para distraerle de la gaita y los violines que la habían atrapado.

La línea estaba empezando a dibujar, y eso le gustaba...

Al compás de cada pincelada, las páginas en blanco del diminuto libro, fueron pintándose con diversos matices, en tonos de verde, añil, ámbar... Su amiga, que ya no era dorada, quiso conocer el trigo del campo, la selva tropical, playas exóticas, que la línea wenniana pintara. Hasta que en un momento, sintió como su fino cuerpo se perdía en un colchón de pinocha, y mecida por la brisa suave de pinos y acacias, sus ojos se entrecerraron y Morfeo cantó sus notas.

La línea de Wenn había aprendido de su creación y comprendió que ya era hora del retorno al rostro de su portadora, pues el alba se acercaba...

III

Wenn se despertó en su mullida cama con la sensación de que había experimentado un largo paseo.

Se levantó, fue al lavabo y examinó las líneas que en torno a sus ojos le mostraba el espejo, pero notó cierta vitalidad en ellos, que le hacían sentirse diferente.

Se vistió con su traje social de todos los días, pero antes de comenzar su rutina, encontró un libro que estaba sobre su mesa de luz, un diminuto libro dorado, con colores, paisajes y notas musicales que se continuaba con unas hojas en blanco...

Se dirigió con paso firme hacia su coche, pues ya Wenn sabía con qué cadena de símbolos continuaría esas páginas, en la noche, en la tranquilidad de su casa...


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