Me senté en un espacio libre en segundo piso, pegado a la ventana. Mientras miraba por la ventana, como caían las gotas, tomaba un sorbo de café. Le echaba una ojeada al pilar de hojas que tenía que leer para la próxima semana, pero no, hoy no era día para agobiarme.
De repente miro como una chica entra a la cafetería, empapada de agua. Su pelo era rubio, muy rubio. Claro como la palidez de su cara, sus pómulos ni un color tenían, llenos de su máscara corrida, maquillaje arruinado. Toda pálida, hasta sus labios, totalmente morados por el frío. Por otro lado, sus sentimientos se mostraban en sus ojos que estaban apunto de quebrarse y volver a llorar otra vez, dudo que el maquillaje se le haya corrido por la lluvia. Pidió su orden y tomó lugar. Se quebró, quebró en llanto largando rápidamente la bandeja en la mesa. Sentandose, apoyando sus dos codos en la mesa y a su misma vez agarrándose la cabeza. No demoraba mucho en que una lágrima cayera después de la otra. Un mar de lágrimas caían sobre la mesa. Fuertes como la lluvia de aquel día.
