Amaru

27 4 1
                                    


En cuanto estoy despierta, tengo esa extraña sensación de que, si abro los ojos, todo lo que yo veré será oscuridad.

Siento los párpados tiesos, pesados, casi como si de una lámina de acero se tratase.

Lámina de acero...

Recuerdo morir. En estos instantes, mientras estoy en el limbo, entre la decisión de abrir o no los ojos, los flashes de mis memorias aguijonean mi cerebro con recuerdos sobre como perdí mi cuerpo. Una lámina de acero cayendo sobre mí. La sensación de hielo atravesando mi piel, destrozando mis pulmones. El último aliento. La voz de alguien. Y luego, todo se vuelve borroso, negro, y abrumador.

Exhalo ante el recuerdo. Exhalo. ¿Cómo demonios exhalo?

Vamos, me digo. Abre los malditos ojos. Te apuesto a que estarás en tu cama, envuelta por completo con las frazadas, y con la almohada tirada en el suelo de tantas vueltas que diste la noche anterior. Vamos.

Siento mis piernas entumecidas, al igual que los brazos, y las manos son como guantes de hierro que queman con hielo mi pecho. Vamos.

Los abro de golpe. Oscuridad. Eso es todo lo que veo. Poco a poco, la comprensión me golpea.

Me enterraron. Estoy dentro de un ataúd de madera, de esos pequeños, que apenas tienen espacio para una persona, aún menos para un poco de oxígeno... Respiro, y el aire entra en mis pulmones tratando de calmar la ola de terror que se apodera de mí.

¿Respiro?

Una parte lógica de mi cerebro -¿mi cerebro está activo?- se enciende, y me dice que esto no puede ser real. Que el oxígeno desaparecería en unos minutos a lo mucho, y que me moriré de verdad.

Trato de mover las manos. Siento la sangre fluir como miles de aguijones a través de mi piel -¿sangre?- otorgándole movilidad a mis miembros. Estiro un dedo. Luego dos. Tres. La mano derecha completa. Hago lo mismo con la otra mano. Puedo mover las manos. Puedo doblar los codos, levantar los brazos. Toco todo lo que alcanzo a rozar, el terror sigue nadando en mi estómago, porque todo lo que siento es madera. Madera pulida, como la de los ataúdes.

Maldita madera.

¿Estoy en ataúd? Primera pregunta con respuesta: sí.

Inhalo. Exhalo.

¿Respiro? Segunda respuesta: Sí.

Estoy muerta, y respiro pero estoy muerta y es lo único que mi maldito cerebro consigue procesar.

Me morí por caminar estúpidamente a través de un sitio con un edificio en construcción.

No quiero estar muerta.

Quiero decir, no tenía una gran vida. Tampoco era una mala vida. El punto es, estaba viva. Estoy viva -la desesperación regresa, y siento las lágrimas descender. Miles de preguntas me envuelven como telarañas, jalando mi atención fuera del terror y el dolor. Tengo miedo.

Reacciono por instinto, golpeando la tapa del ataúd con los puños, rasgando con las uñas, sintiendo la sangre manar fuera de mi piel -Oh Dios, sangre al fin-, pero no dura. No sirve. No tengo fuerzas. Sigo llorando, gritando. Sé que nadie puedo o podrá oírme, se que volveré a morir, pero moriré por falta de aire, no porque mi cuerpo fuera partido por la mitad...

¿Por qué mi cuerpo ya no está roto?

—¡¿Por qué no me dejaron morir?!—Grito, aunque sé que nadie podrá oírme.

Trato de darme vuelta, pero el ataúd es pequeño -ajustado y rígido- por lo que mis movimientos deben de ser calculados, suaves.

Mis dedos sangran allí donde rompí mis uñas, palpitando en una sinfonía apagada que me provoca somnolencia. ¡No! Sé que no debo dormir, ¿y si realmente me muero? ¿Pero y si "despierto", en caso de que sea sólo un sueño?

Amaru -Historia CortaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora