Marzo Especial

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Ese día sí que había congestión en el centro de Antofagasta. Era el primer día de clases formal, porque las clases habían empezado hacía un par de semanas para los colegios particulares y el jueves anterior para los municipales, pero aquel lunes sí que ya empezaban todos. Es más, no me despertó la música de las sirenas, sino que las bocinas de los autos en la calle. A las siete y media era una locura, los choferes estaban tocar y tocar las bocinas, como si eso fuera a ayudarles a avanzar más rápido.

Me fui caminando hasta mi trabajo, había escolares por donde se mirara, yo no sé de dónde salen en época de clases y dónde se meten en las vacaciones que no se ve tanta gente ni tantos jóvenes.

Mi trabajo queda frente a un liceo  y a un colegio básico, lo que lo hace un sector muy concurrido por escolares que, en las esquinas, se ponen a fumar o a estar los últimos minutos tranquilos con sus novios y amigos.

Quién diría que ya entramos a Marzo, como cada año, el día que entran a clases, el clima empieza a echarse a perder, aunque todavía no hace tanto frío.

Marzo. Abril. Mayo. Junio. Cuatro meses. Menos de cuatro meses faltaban para volver a verlo. En parte quería que pasara pronto el tiempo y al mismo tiempo me daba miedo. No sabía lo que iba a suceder cuando él volviera y se quedara conmigo. ¿Tendría las respuestas que tanto quería? ¿Volveríamos al agua? Bueno, por precaución, no volví a la playa este verano.

Iba al muelle, sí, como cada día, pero no volvería al agua, hasta que él mismo me llevara, con el susto que pasé en el Llacolén fue más que suficiente.

Mis ventas seguían estables, logrando en febrero nuevamente el puesto de vendedora del mes.

Ámbar no me hablaba, como tampoco lo hacía Fernando, lo que me dejaba tranquila, pero con un mal sabor en la boca. Es cierto que no me gustaba mucho la gente, pero tampoco me gustaba estar enojada con nadie. Aunque, dadas las circunstancias, era lo mejor.

Aquel lunes llegué junto con Guillermo. Nos encontramos abajo, en la puerta.

―¿Cómo está mi vendedora estrella? ―preguntó saludándome con un beso en la mejilla.

―Bien, bien ―contesté―. ¿Cómo estuvo tu fin de semana?

―Tranquilo como siempre.

Yo sonreí y caminé hacia adentro, pero él me detuvo de un brazo.

―Rebeca, quería preguntarte algo, espero que no te moleste.

―Dime ―lo insté al ver que guardaba silencio.

―¿Qué pasó entre tú, Ámbar y Fernando? He visto que no se dirigen la palabra.

―Bueno, nada grave en realidad. A Fernando tú lo conoces, es un don Juan de primera y quiere sólo tener amoríos pasajeros y yo no quise entrar en su lista.

―Bien hecho ―sonrió contento.

―Y con Ámbar, no sé, ella quiso entrometerse en mi vida y no la dejé. Nada más. ¿Por qué?

―Es que ―bajó la mirada― este fin de semana queremos hacer un evento, nos juntaremos las dos fuerzas de ventas y quiero que los tres lideren los grupos, pero si están enojados…

―Danos un grupo a cada uno, no necesitamos trabajar juntos.

―Es que ese es el tema, sí tendrán que trabajar en conjunto porque  la idea es que sean ustedes tres quienes canalicen todo para terminar  rápido y que no se pierdan esfuerzos ni se nos escapen los clientes.

―Yo no tengo problema en trabajar con ellos…

―Está bien, entonces hablaré con ellos.

Hizo un ademán para que subiera, lo que hice enseguida.

Una Tarde EspecialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora