Kimono Max

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Sólo eran las seis, pero ya había oscurecido. En una calle concurrida del centro de Tokyo dos chicos de diecisiete y dieciocho años estaban contemplando el escaparate del conbini.

—Y como necesitaba una coartada, me dejó una nota en el casillero de los zapatos. Pero yo no lo vi, ¿cómo iba a saber que estaba ahí, Akaashi? Así que me puse los zapatos y me fui a casa, y entonces me llamó su madre. Yo no sabía nada de nada, así que le dije que no tenía ni idea de dónde estaba. Y al llegar a casa me quité los zapatos y ¡tenía la nota pegada al calcetín!

Akaashi rió y Bokuto sintió que su estómago se encogía con aquel sonido.

—¿Y entonces qué hiciste, Bokuto-san?

—Llamé a su madre y le dije que me había olvidado de que había quedado con él.

—¿Y te creyó?

Bokuto se rascó la cabeza, nervioso.

—...es que con ésa, era la tercera vez que me olvidaba.

Akaashi rió mucho más, y el ace se sintió complacido. Daba igual si era a su costa, quería oír aquel sonido siempre.

—Sí que me creyó, por suerte. Pero como tenía el móvil confiscado, para avisarle tuve que buscarle por todas partes... pero eso ya es otra historia.

—Me encantaría oírla, Bokuto-san.

El capitán sonrió. Se acercó a Akaashi, incapaz de recordar que estaban en público, y le puso la mano en la mejilla.

—Bokuto-san... —le despertó Akaashi, apartándose despacio, ruborizado.

—Sí. Sí, claro —Bokuto se aclaró la garganta, y se puso las manos en las caderas, debajo de la chaqueta—. ¿En qué estábamos? ¿Entramos a comprar?

Akaashi levantó la cabeza de golpe, para mirarle con los ojos enormes, casi en pánico.

—¿Juntos? —jadeó.

—...¿no? —preguntó Bokuto, ladeando la cabeza como un búho.

—...

—¿Qué ocurre?

Akaashi miró a todas partes menos a su capitán. Estaba buscando las palabras exactas para explicárselo sin que le tomara mal.

—No... creo... que... sea buena idea —dijo a través de su bufanda.

Bokuto le contempló. Por encima de la tela podía apreciar el color rojo de sus mejillas.

—¿Es que te da vergüenza, Akaashi?

El setter asintió, sin palabras.

—Ja, ja, ja. ¡Entonces déjamelo a mí! —Y añadió en voz baja—: Confía en tu novio.

Akaashi emitió una exclamación silenciosa, pero Bokuto ya había pulsado la puerta para entrar. Caminó decidido hacia la sección de parafarmacia, con un único objetivo en mente. Llegó al pasillo de las vendas y cepillos de dientes.

Tuvo que recorrer el pasillo varias veces para encontrar lo que buscaba; parecía una prueba de agudeza visual. Finalmente lo encontró en un rincón, junto a los productos de higiene íntima, en cajas que parecían de tabaco, sin ninguna marca o señal que las distinguiera. No entendía por qué no lo había visto antes, la sección entera estaba llena de aquellas cajas. Iba a coger una cuando...

—¿Puedo ayudarle? —preguntó una chica joven, más o menos de su edad, vestida con el delantal de la cadena de súper.

Bokuto movió la mano para coger cualquier otra cosa.

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