Mi hogar. Un cielo donde las estrellas no se ocultan con el sol y el aire vibra de poder. Acaricié el pasto, el suelo reconoció mi toque y contesto con un ronroneo. Pequeñas criaturas me observaban desde las sombras de un árbol sin acercarse, se inclinaban, reían y se volvían a inclinar, les di una sonrisa, pero me quedé tirada boca arriba saboreando el momento, en el mismo lugar donde había sido forzada a regresar.
¿Qué si lo había extrañado? Más de lo que me era capaz explicar, pero aquello era difícil de valorar mientras el frío se me calaba en la piel desnuda. Al ponerme de pie una ninfa de río me extendió una capa para cubrir mi desnudez, pero no acepte y me vestí yo misma de un chasquido, la tela sobria bordada en plata no se hizo de rogar.
Desfilé por los pasillos de aquel palacio marmoleado con un desdén bien ensayado. Indiferente a los cortesanos que se inclinaban a mi paso y luego cotilleaban mí falta de cortesía. Era un esfuerzo inútil, sus rumores no podían superar lo que me hervía por dentro.
Ya faltaba poco, la sala del trono se encontraba a pocos metros de mí. En el momento que las puertas de plata fueron abiertas, agradecí que la voz de mi antigua maestra inundara mis pensamientos; "Mirada alta, compuesta, que nadie sepa lo que sientes, desplácese con elegancia, más confianza su alteza, cada paso debe rebosar poder..."
Las voces guardaron silencio, era la única figura en movimiento dentro del gran salón. En un trono de llamas plateado e intrincadas raíces se sentaba el hombre que me había dado la vida. Tenía el rostro apoyado en un puño y me miraba fijamente con aquellos ojos cambiantes que había heredado, su rostro bronceado estaba tenso, la experiencia me dijo que el mismo enojo que me hervía en el fondo del estómago atacaba a mi padre, pero también el mismo dolor.
-Que la bendición de los dioses y las estrellas eternas este contigo, Isabelle de Dastia saluda a su majestad El Sol.
Extendí una profunda reverencia frente a mi padre, pero él mantuvo el silencio hasta el último minuto cuando mis ojos volvieron a encontrarse con los suyos.
-Que la bendición de los dioses y las estrellas eternas este contigo.
Asentí con una sonrisa cortés. Mi padre se enderezo en su trono y miro a sus súbditos que se habían quedado estáticos a la espera de la continuación de nuestra última pelea meses atrás. Pero hoy no pensaba darles el gusto.
-Padre, me gustaría una audiencia privada.
Mi padre volvió la vista a su consejero y asintió. Los nobles se retiraron entre cotilleos de los que capté palabras por lo que podría haberlos colgado.
Una vez vacía la sala dejé caer la farsa y el enojo crispo mis facciones. Mi padre se puso de pie, se acercó calmado, tan compuesto que trague fuerte.
- ¿Acaso tienes idea de lo que has hecho?
Le sostuve la mirada. Conocía aquella voz, contenida entre la preocupación y el enojo. Jamás hacíamos esto, él solía apoyarme en todo lo que dijera o hiciera, era la persona en la que más podía confiar, al menos cuatro meses atrás.
-Sí, lo que era mejor para mí.
Mi padre se carcajeó.
-No, haz hecho lo que te ha dado la gana.
Su caminar en círculos se detuvo y se giró a mirarme, ya no parecía el omnipotente rey que hacía unos minutos dominaba la habitación con su presencia. Ahora se parecía más a mi padre. El veneno en mi boca pareció retroceder.
-No quiero nada que ver con él, ya no.
El dolor empezaba a rebasar la rabia y no podía sacarlo, jamás podría, mientras esta sangre maldita por los pecados de otros corriera por mis venas. Pero mi padre creía otra cosa, creía que Vincent podía cambiar eso.

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The Crown's Daughter (En edición)
ФэнтезиNos llaman adornos, niñas engreidas y marionetas de reyes. Todos se han equivocado. Somos armas, somos poder. Aprendemos a luchar como guerreras astutas y letales, para derrocar al enemigo. Hemos sido sacrificadas por años, generaciones de nosotr...