29 de julio de 1997.
Hoy no asistí a trabajar al restaurante de la señora Johnson. Le avise a Rosalinda por una llamada. Invente que estaba enferma, pero en realidad seguía confundida por el suceso de la noche anterior. Chace besando mi frente era un recuerdo que no salía de mi cabeza. Eran las cinco de la mañana. Mamá hoy no escuchó el radio, comprobé aquello cuando la vi dormida en su cama. Su radio estaba en un rincón desconectado, al parecer empezó a olvidar la rutina que ella misma se había creado.
A las siete y treinta de la mañana decidí levantarme. Quite la sábana que había sobre mi cuerpo, hoy no hacía demasiado calor. Abrí la ventana de mi habitación y un viento fresco entro despeinando mi cabello. Arrastre los pies con pesadez para dirigirme a la cocina y hacer el desayuno. Planeaba hacer panqueques con miel y jugo de naranja, pero no había miel, así que serían con mermelada. Mientras sacaba lo que iba a necesitar no puede evitar extrañar a mi amiga pelirroja.
No me había comunicado con ella desde la noche en que me informó que se quedaría más tiempo en Los Ángeles, necesitaba hablar con alguien de todo lo que estaba viviendo. Necesitaba poder confiar mis miedos y temores en alguien, pero no parecía haber nadie dispuesto a escucharme.
Me quede de pie en la cocina, estática, congelada, admirando mi vida en pensamientos que ahora que los escribo parecen lejanos. Dejo lo que estaba haciendo y avanzo hacía la habitación de mi madre.
Las cortinas azules de su habitación aún permanecían cerradas y una suave luz entraba por en medio de ellas. Clara tenía los ojos cerrados y una respiración tranquila. Una sábana café cubría sus piernas y decido sentarme en su cama a un lado de sus piernas.
El cuarto estaba en vuelto en un frágil silencio que no tarde en romper.
— ¿Tienes una idea de cuánto he extrañado a mi mamá? —Suspiré con fuerza.
No me importaba si se despertaba y me atacaba diciendo "¿Quién eres?". No me importaba en aquel momento si ella escuchaba lo que decía, porque todo aquello me empezaba a asfixiar y tenía que decirlo.
—Desde que papá nos dejó las cosas sí que se han puesto difíciles, ¡deberías ver las maniobras que hago para que nos alcance el dinero! —mis ojos se empezaron a humedecer y solté una risotada rota. —Conocí a un chico y él, bueno, deberías ver lo atractivo que es. ¡Por un momento pensé que era un actor de cine como los que aparecen en las películas que voy a ver con Charlotte!, ¿sabes? Se llama Chace y... me gustaría que estuvieras aquí.
Mi nariz se congestiono y la primera lágrima cayó de mi ojo izquierdo. Un temblor de emociones estremeció mi cuerpo. Y lloré por todo y por nada a la vez. ¿Cómo alguien puede hacer eso?
Mi madre sin empleo, yo siempre a punto de ser despedida, tratando de terminar la universidad, tratando de ser una adulta a mis veintiún años. Sé que tengo que enfrentar la vida, pero no por saber uno deja de temer. Las lágrimas no dejaban de caer por mis ojos y mi cuerpo temblaba.
Miré su rostro por primera vez desde que había empezado a hablar y sus ojos estaban abiertos. Ella me miraba, yo no tenía idea de que hacer. Pase mi mano por mi rostro tratando de limpiar la humedad de mi cara. Sus ojos azules como los míos no dejaron de mirarme.
Estaba tan serena, no se movía, no hablaba, por un momento, pensé que ella no respiraba. Me levante de la cama y me acerque a su rostro, ya no me miraba a mí, sus ojos estaban perdidos, mirando un punto en la habitación que yo no reconocía.
Comprobé que todo estaba bien con ella y me decidí a salir de la habitación, aún debía hacer el desayuno. Abrí la puerta dispuesta a marcharme y la voz de mi madre me detuvo.
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Encontrando a Susan.
Romance¿Cómo hallar algo que jamás se perdió? Chace Brown tendrá que romper esta ley lógica para poder hallar a su amada esposa Susan Stone, quien tras sufrir alzheimer hereditario por parte de su madre a sus cortos 40 años de edad ha empezado a perder la...