Capítulo 3: El hombre que imaginaba

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           Capítulo III

 Siento la cabeza hinchada, como si el hueco de mi sombrero se cerrara estrujándome las sienes e intentara destriparme el cráneo. Siento un dolor agudo en la nuca y un angustioso hormigueo  en la piel. Estoy ciego en el último rincón del infierno. Podría estar en casa embriagándome, pero no, estoy aquí, hundido hasta las rodillas en aguas podridas intentando atrapar a un demonio invisible ¡Donovan!

Apunto mi arma hacia el intenso brillo que golpea mis ojos. Sobre la cortina de luz que me baña la cara, lo único que veo son líneas en zigzag doradas que destellan como relámpagos a toda velocidad.

―¡Vaya sorpresa, Tony! ―dice su voz serena y por instinto halo hacia atrás el martillo de mi revólver―¿Entonces  no te importa el muchacho? ―espera en vano mi respuesta. No deseo conversar, lo que deseo  es tener siquiera un punto claro en mi visión para perforarle la frente de un balazo―. Una ciudad llena de escoria y dejarás que mate al buen Andrew Svikari ¿Quién te ayudará a recoger los muertos entonces? Admirable, en serio es admirable. Confieso que me excita cuando te haces el rudo, pero por respeto a la vida de tu compañero, deberías evitarme erecciones. Baja… el arma, Tony.

Oigo su asquerosa respiración y me siento tentado a ahogarla de una vez por todas presionando el gatillo de mi Colt, pero sonrío tratando de mantener la calma.

―¿Por qué habría de bajar el arma cuando puedo llenarte la boca de balas? Ya puedo verte bien, imbécil.

―¡Ah! ¿Ya estás bien? ¿Estás seguro de que quieres mentirme en una situación como esta, Tony? ¿Tanto vale tu orgullo?  Esto es un poco vergonzoso, pero ni siquiera estoy en la dirección en la que estas apuntando, pero esto no se trata de ridiculizarte ni nada de eso. Sé que estás asustado porque es la primera vez que estamos así de cerca y cuando la gente se asusta hace tonterías, pero si disparas terminarás dándole a Andrew y si fallas yo le cortaré la garganta. No seas estúpido. Vamos,  baja el arma y hablemos como adultos.

Trago y siento la saliva más gruesa de lo normal.

“¡Tienes que ganar tiempo, Anthony!”

―No debiste matar a los Blazen, habrías llegado vivo a la estación —digo sorbiéndome la nariz—. No estás muy lejos, Donovan. Imagina que tengo  suerte y una de mis  balas te vuela la cabeza.

―¿Qué imagine dices? La imaginación, Tony, es muy subjetiva y peligrosa ¿Seguro que quieres imaginar? porque la última vez que lo hicimos murió un pequeño y seguramente aún lo recuerdas. Era un jovencito muy dulce y alegre. Le gustaba jugar en el tobogán ¿Lo recuerdas, Tony? Te gustaba imaginar en aquella época.

—¡Cállate, maldito hijo de perra! —La rabia comienza a devorarme. Estoy a punto de perder el poco control que me queda y mi dedo índice tiembla ansioso sobre el gatillo del revólver.

—No pudiste salvarlo y sus padres tuvieron que enterrar su pequeño cuerpo decapitado. Fue emotivo, yo estuve ahí. A veces la gente quiere ver un rostro en el cajón, pero el pequeño Jimmy no tenía.

—¡No pronuncies su nombre, malnacido! —Grito furioso. Mi mano suda la empuñadura del revólver  y siento hervir incluso la sangre que se me escapa a borbotones de la nariz.

—¿Quieres imaginar?, hagámoslo entonces, pero hagámoslo en serio. En algún puerto de esta asquerosa ciudad, hay un contenedor ¿Puedes imaginar lo que hay dentro, o sigo yo? —Una gota de sudor cae desde mi frente hasta mi ojo izquierdo causándome escozor—. Supongo que seguiré yo. Veamos, dentro de este contenedor hay una deliciosa sorpresa, Tony.

—¿De qué hablas, pedazo de mierda?

—Tú me conoces, sabes lo que me gusta. Dentro hay al menos veinte niños, bueno, niños y niñas. Sabes que cuando compro dulces los pido de diferentes sabores.

SATANIA-Nido de BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora