Me muerdo las uñas mientras detengo el celular contra mi oreja, es una ansiedad que no puedo controlar, supuestamente mi trabajo terminaba hacia ya media hora y aquí sigo, cuidando al grandísimo bobo.
—No aguanto más los pies —Me quejo con la persona al otro lado de la línea—, Don Divo aún no para de besuquear fans y tengo que llegar a casa antes que mi madre ya este dormida, no la he visto en días y hoy es su cumpleaños —Le susurro a Sam.
Samantha Palma Alonso —Sam, como prefiero llamarle— es mi mejor amiga desde los tiempos escolares. Somos polos opuestos pero tal vez por eso es que nos llevamos tan bien, con nosotras se suma un caso más que hace cierta esa teoría. Ella es la chica fiestera y yo la relajada que la pasa mejor en casa. Cuando la miras, pensarías que debería estar en las pasarelas en vez de metida en un consultorio de veterinaria. Es vanidosa como nadie la condenada y por ello los dueños de muchas mascotas no cambian sus consultas por nada del mundo.
—Mi querida, te vives los días quejándote pero no haz renunciado a pesar de todo —Ríe—, apuesto a que es divertido estar detrás de ese hombre cada segundo, cada minuto. Sólo tienes que relajarte y tomarle el gusto —Afirma muy convencida—. Disfruta Marieth, que por el sueldazo de muerte que te embolsas yo hasta le besaría los pies al tipo.
Me cubro los labios para contener la risa que me provoca mi amiga con sus ocurrencias, estoy segura que si ella fuera la que trabaja para él se la viviría coqueteándole, por las conversaciones que hemos tenido antes, para ella mi jefe es el ser andante más sexi que ha visto.
Debería de pagarle una cita con el oftalmólogo con el sueldo ese que tanto me alaba.
—En cinco nos vamos Reina, alerta —Me murmura Manuel, el guardia principal al pasar discretamente a mi lado para no llamar la atención ni dar pistas a nadie.
Asiento y le hago una seña con la mano indicándole que colgaré pronto.
—Mi Sam, te escribo más tarde ¿bueno? Ahora tengo que colgar para seguir la caravana, te adoro —Despido a mi mejor amiga y me posiciono a mitad del camino de salida donde tiene previsto pasar el hombre.
Cuento los segundos para matar el tiempo y cuando voy por tres minutos después de los cinco afirmados por Manuel, por fin Don Divo se pone de pie haciendo señas de «adiós» para la gente que lo vino a ver y camina hacia el jefe de la guardia.
¿Siempre tenía que tener esa estúpida sonrisa pegada en la boca? Pienso mientras miro sus pasos con el rostro neutro y carente de emoción. La respuesta a esa pregunta no sonada me es dada al momento que pasa a lado mío y cambia su gesto de expresión dedicándome una mueca mezclada con... ¿Enojo? ¿Fastidio? Un poco de todo, tal vez hasta odio.
El sentimiento es mutuo. Grito improperios mentalmente mientras le sigo fuera y profesionalmente me convierto en su sombra.
Son ya casi dos años los que he estado trabajando para él y su equipo; ellos son simpáticos y no se meten conmigo, pero Don Divo es el problema. Ninguno de todos estos días ha logrado caerme bien —o ganarse mi simpatía— no sé el motivo pero su felicidad me irrita.
Conseguí el empleo en un día que creía yo de suerte mientras navegaba por internet entre distintas páginas de empresas de seguridad. La promoción del empleo era llamativa así que no dude en revisarla, cuando envíe mi currículum no sabía que era para calificar por un lugar entre las niñeras del hombrecito bonito. Tres días después del contacto con la empresa recibí un mail con la oferta de sueldo —misma que cabe mencionar me dejo con la mandíbula colgando por un buen rato— tantos ceros me parecían obra de mi cansada visión ¿A quién cuidaría? ¿Al presidente?
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Tranquilo
Teen FictionLa vida es un vaivén de situaciones que nos pone en el ojo del huracán sin fijarse si eres persona común o pública. Los problemas son algo con lo que la humanidad tiene que vivir, la sazón del día a día y lo que da cuerda al ser humano para seguir a...