LIlac skies

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ODIO ESTOS PASILLOS DESDE QUE CONSEGUÍ COMPRAR ESTA CASA. No específicamente por las paredes, sino por el techo. Por la sed que me da la luz que pasa a través de los diminutos hoyos que hay en él. Me encuentro a mí misma trepando las paredes persiguiendo al sol. Pero mis movimientos ya no son los correctos; sus rayos me ciegan excesivamente, me dejan tendida en el suelo, inerte, no me permiten alcanzar lo que tanto deseo. El apetito crece. Pese a la dificultad que tengo en frente, cada vez que intento alcanzarlo no importan las artimañas que ejecute, no lo consigo. Quiero encontrar una forma de poder volver a sentir el sol sin tener que pasar por sus rayos. Nunca fue muy rápido para la libertad, aunque sigo arrastrando estas cadenas. Esa última experiencia me dejo muy en claro que a veces todo cae, pero eso no significa que no lo siga queriendo de la misma forma, y que no quiera conseguirlo de la misma manera en que una vez lo intente. En que una vez ella me mostró.

Los cielos estaban totalmente desiertos. Aunque teñidos de un rosa crepuscular, por supuesto debido a la hora que era. Yo paseaba mientras la veía caminar hacia mí. Fui cautivada por su belleza. No de manera romántica, solo que su aspecto me atrapó. Su esencia me había transportado a otro lugar en solo un momento. Pero más que su aspecto ella tenía algo. Es como si a su alrededor se posara un aura brillante, magenta me atrevo a suponer. Estábamos en el mismo local. Yo había ido a comprar goma de mascar y ella una pequeña caja de tubos blancos. No sé qué eran pero se veían peligrosos.

No quería que se fuera. Para evitarlo empecé a hacer observaciones acerca de lo hermoso que disque lucía el día. Para mí era como cualquier otro día. Pero ella no pudo evitar resaltar la importancia de que no se podía divisar una sola nube en el cielo.

– Prefiero cuando atardece así. No hay tantas nubes, hay más espacio. Es un poco más... Libre. Siento ganas de bailar solo con verlo. –

Le pregunté qué bailaba – nada – fue su respuesta, seca como la piel de un octogenario. Eso me dio ganas de seguir interrogándola, pero se daría cuenta del interés que existe, así que bromeando le dije que por favor me mostrara. Después de una sonrisa picara me dijo que estaba bien, que compartiría su baile conmigo, pero que tenía que ir con ella de una vez. No podía postergarlo. Ella no podía esperarme. Y que ni soñara con decir "ya va" o "en un rato voy" porque sería la última vez que la vería. Mi intriga y animo sobrepasaron mi sentido común e impulsivamente le dije que sí. Así que subí a su auto.

– te llevaré a mi pista de baile favorita. Tienes suerte de estar en buen tiempo. Por cierto, me llamo Lila –.

– María, un gusto – titubee.

– ­Como sea –. Dijo con ese aire de grandeza como si en serio mi ser le diera igual

Una nueva pregunta para los filósofos y pensadores podría ser: ¿Cómo la pista de baile de Lila podía estar oscura, pero tener tantas luces al mismo tiempo? Pues la respuesta era su estroboscopia. Obviando el desagradable procedimiento de la estroboscopia laríngea, la estroboscopia de la que hablo es la capacidad que tienen las luces de emitir una serie de destellos de forma sucesiva. Fue lo que más gustó cuando vi por primera vez la pista de baile de Lila. Llena de oscuridad y de luces a la vez. Ese lugar era un oxímoron expresado a todas sus anchas, y cada una de las personas que ahí bailaban eran palabras.

– no se bailar –dije, vacilando.

– no importa, yo te mostraré –.

Es una nueva clase de peligro sentir esto. Inverosímil seria la descripción para como me sentí la primera vez que bailé. Podía sentir mis pies girando alrededor de la pista de baile. Bañada con las luces y la oscuridad, sintiendo el vapor, sintiendo a la gente, sintiendo todo lo que me rodeaba sin recordar lo que me constituía. Estaba hecha del ambiente.

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⏰ Última actualización: Jun 09, 2016 ⏰

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