¡Puta vida!

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¿Quien no sueña con tener una adolescencia perfecta?

Esa hermosa etapa de la vida que define, en parte importante, quien serás por el resto de tu vida.

Yo he soñando con ésto desde que tenía cinco años.

¿Porqué? Simple.

Cuando entré al kindergarten las niñas, al estar jugando con nuestras Barbie's, nos dimos cuenta que queríamos ser como esas muñecas perfectas.

Con ese cabello rubio y largo, usar maquillaje y lindos vestidos. Tener un cuerpo perfecto y tener una cita romántica con nuestro adorado Ken para al fin dar nuestra primer beso.

¡Es el sueño de toda chica!

Desde ese instante he estado contando los días para que mis sueños se vuelvan realidad, pero la vida tenía otros planes para mi...

-¡Ángela, baja de una buena vez o se va a enfriar tu desayuno!

Mi madre gritaba desde la cocina mientras, en mi recámara, me observaba en el espejo una vez más.

-¡Voy saliendo de la regadera, ahora bajo! -grité sin dejar de ver mi reflejo.

Aún con la toalla de baño enredada al cuerpo empecé a hacerle gestos a esa chica pelinegra, de piel lechosa y ojos color café oscuro en el espejo. Nerviosa miré a mi alrededor y, tras percatarme de que las cortinas en la ventana y la puerta de mi recámara estuvieran cerradas, me quite la toalla para ver mi escuálido cuerpo desnudo.

Quería llorar.

Soy extremadamente delgada. Mis clavículas son lo único que resalta en mi torso, además de tres lunares en diagonal que adornan en medio de donde se supone deberían estar mis senos.

Definitivamente iba a ponerme a llorar.

Recién acabo de cumplir dieciséis y estoy cursando el segundo año de la preparatoria. He leído todos los libros de ciencias y anatomía humana que podrían existir en el mercado y en todos dicen lo mismo.

Mi cuerpo debió empezar a desarrollarse desde que entré a la secundaria, pero nada. ¡Nada!
No había nada que resaltara en mi cuerpo, ni por delante ni por detrás.

¡Era una maldita tabla de surf!

-¡Ángela, llevas toda la mañana ahí metida! ¿Que no piensas ir a la escuela?

-¡MAMÁ! -grité asustada y roja hasta las orejas al ver a mi madre parada en el marco de la puerta mirandome extrañada.

-¡Por el amor de Dios, Ángela! ¿Otra vez? ¡Tus niñas no van a crecer de la noche a la mañana!

-¡Mamá, vete! -supliqué enroscada en el piso intentando recuperar la toalla y cubrir mi cuerpo.

-¡No me hables así, señorita! ¡Baja pronto o te vas a quedar sin desayuno! -cerró la puerta tras de sí mientras yo maldecía mi suerte por dentro.

¡Y luego se preguntan porqué los adolescentes odian a sus padres!

Después de vestirme, baje molesta al comedor donde mis padres, el señor Jacob Tanner, la señora Emily Rivas y mi pequeño hermano Tadeo de seis años, ya se encontraban desayunando.

-¡Mamá, Ángela se ve rara!

Ante la risita de mi hermano, mis padres me miraron extrañados y con el ceño fruncido.

-¡No seas ridícula niña, por Dios Santo, quítate eso! -exclamó mi madre mientras mi papá luchaba por no reírse también.

-¿Porqué? ¡Si me veo divina!

Ángel/aDonde viven las historias. Descúbrelo ahora