Abrázame fuerte, le dije, no me sueltes nunca, seguí diciendo.
No me hizo caso.Él hace tiempo que se marchó, dejando mi alma sola y vacía, dejando mi corazón partido por la mitad, haciéndome daño aunque ya estuviese rota, abriendo mis heridas de par a par y infectando cada una de ellas con un extraño veneno llamado soledad.
Me dejo su olor y se llevó mis sentimientos con él.
Me dejo totalmente indefensa y sorprendida porque jamás hubiera pensado que él podría ser el causante de todo mi dolor.
La pesadilla sigue me digo, cada vez que los recuerdos vuelven a mi mente, me perforan como una bala en el corazón.
Tengo una sola herida en lo que solía llamar corazón, pero es tan profunda que todavía no ha conseguido sanar aún que yo haga entender lo contrario.
Le echo de menos.
Quiero que vuelva, quiero que todo sea como antes.
Lloro mirando las estrellas.
Aún recuerdo su espíritu soñador.
Le daría mi mano y caminaría con él hasta el fin del mundo si hiciera falta.Nada volverá a ser lo mismo, lo he asumido, me he tragado mi orgullo y mis esperanzas; las mariposas que siento cuando lo recuerdo todo permanecen en mi estómago, recordándome que todo acabo por mi culpa y ahora la única que sufre soy yo.
Él siempre va a seguir pensando que es su culpa, pero no lo es, sólo yo tengo el orgullo suficiente de admitir que todo acabo por mi culpa.
Todo es tu culpa, todo es tu culpa, todo es tu culpa, todo es tu culpa, todo es tu culpa, todo es tu culpa.
Tonta, tonta, tonta, tonta, tonta.
Estúpida, estúpida, estúpida, estúpida.Te hiciste daño a ti misma.
La verdad duele, lo aprendí con él, aunque preferiría que me lo hubiera enseñado el tiempo.
Todas las estrellas del cielo se saben mi nombre porque cada noche les pregunto por él, pero ellas cansadas de mis asaltos de preguntas no me responden y se refugian en la oscuridad, dejándome sola.
Lo bueno es que con el tiempo he aprendido a disimular mi dolor.
He aprendido a sacar una sonrisa para que nadie sepa que por dentro mi alma está harta de tanto llorar. Cállate y deja de protestar, le digo, pero ella se queja de que le es imposible, que sólo se sabe un sentimiento llamado tristeza de memoria. Suspiro harta y le sugiero que le enseñaría algún otro pero que desde su partida ya no recuerdo que es la felicidad.