4 - Hay alguien más

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Para sus hijos fue una sorpresa dolorosa que a un año y medio de la muerte de Ramiro su madre les anunciase que "tenía novio". Fue una mañana de sábado, mientras desayunaban.

-Chicos, quiero compartir una noticia con ustedes...

-¿Es algo lindo, mami? -preguntó Bruno, entonces con diez años, a la vez que Guillermo entornaba la vista, perspicaz, a punto de cumplir los trece.

-Sí, sí, es algo lindo -confirmó ella, con una sonrisa titubeante.

-¿Nos vamos de viaje? ¿Vamos a visitar a la abuela? -volvió a preguntar el pequeño, ilusionado.

-No, Bruni, me encantaría, pero por ahora no puede ser.

-Decilo de una vez, vieja -la apuró Guillermo, que ya se olfateaba la respuesta.

-Bueno, mis amores..., mamá tiene novio -informó, nerviosa, buscando la aprobación de sus hijos en las miradas.

Bruno la observó. Era su madre, pero si la viese sin que fuese su madre diría que es linda, muy, muy linda. No es tan alta como las otras madres de la escuela, pero tiene el pelo más brillante que todas. Negro, como los de ellos, y lacio. Le toca los hombros. Abundante. Un flequillo le cruza la frente. Se lo peina con los dedos cada vez que habla. Y el flequillo vuelve a bajar. Como si tuviese vida propia. A veces se hace una cola de caballo y parece más joven aún. Sus labios gruesos, sonrosados y abiertos, dejan ver dos hileras de dientes blanquísimos y parejos. Sus ojos brillan. Cuando sucedió lo de papá, pensó Bruno, estaban opacos, tristes, apagados. En ese momento su mirada parecía de fuego, como si hubiese estado muerta y ahora reviviese de golpe.

Habían notado que se arreglaba mucho para ir a trabajar. Los trajecitos de pantalón y chaqueta o pollera y camisa, que son su vestimenta de trabajo, destacaban aún más con los nuevos zapatos de taco alto que había comenzado a usar. Cuando Ramiro estaba enfermo, solo andaba de chatitas.

No era extraño que un hombre se hubiera fijado en ella... Lo doloroso era que para sus hijos todavía era muy pronto para aceptar a alguien más en la familia, un intruso para ellos, que les quitaba el amor y el tiempo de su mamá.

El otro golpe fue enterarse de que ese novio era Pablo: el compañero de trabajo a quien Mónica nombraba seguido y al que incluso Ramiro y ellos habían conocido en una fiesta de fin de año de la empresa de seguros para la que ambos trabajan.

¿Venía de antes? ¿Había estado su madre engañando a su padre? Eran preguntas que se hacían los hermanos, pero no verbalizaban ni entre ellos. Simplemente quedaban flotando como una niebla densa y putrefacta en sus cabezas.

El comportamiento de Guille comenzó a empeorar en ese instante. Fue la primera vez que se levantó, abrió la puerta de entrada y, dando un sonoro portazo, se fue de la casa.

Mónica lo esperó nerviosa durante horas. Guillermo no le contestaba el celular. Había hablado con los padres de Lucas -su mejor amigo, en ese entonces- con la esperanza de que su hijo estuviese allí. Pero no.

Cuando al fin escuchó el sonido de la cerradura, se levantó del sofá. Madre e hijo se miraron.

-Tenemos que hablar, Guille.

Él la miró de arriba a abajo y atravesó el comedor rumbo a la cocina. Su madre lo siguió.

-Primero que nada, ¿dónde estuviste todo este rato? Llamé a lo de Lucas y ahí no estabas, y tampoco quiero que vuelva a pasar que no contestes el celular cuando yo...

Guillermo se dio vuelta y la enfrentó, apuntándole el rostro con el dedo índice:

-Ya demostraste cual es tu prioridad, mamá -dijo, recalcando la última palabra.

-Mi prioridad son tu hermano y vos. Y para empezar, hace tiempo que estoy preocupada por las notas del liceo. Sé que ha sido muy difícil todo, pero es tu única responsabilidad. Tenés que tomarte en serio el estudio.

Él se rascó la barbilla y arqueó las cejas.

-Me enternece que mi madre esté tan preocupada por el liceo, de verdad...

Ella bajó los párpados unos instantes y tomó aire, antes de continuar:

-Escuchame, amor, sé lo que estás sintiendo y entiendo que ahora estudiar no esté en el primer lugar de tu lista, pero es importante. Y con respecto a...

Guillermo abrió una botella de refresco y tomó del pico. Mónica hizo un gesto de disgusto. La estaba provocando. Eructó.

-¿Algo más? Porque si no me voy a mi cuarto. No pierdas el tiempo, vieja. Ya está todo muy claro. No tenés que disimular más.

-¿De qué hablás? ¿Disimular qué?

-¿De qué hablo? De tus prioridades. ¿Querías a un hombre al lado? Muy bien, ya lo tenés. ¿Querías hablar de eso? No hace falta... -dijo, dándose la vuelta para irse a su habitación-. Que seas muy feliz.

-Guillermo, ¡soy tu madre! ¡No podés hablarme así!

-¿Sos mi madre? ¡Comportate como una madre, entonces! No andes atrás de un tipo cuando Bruno y yo todavía... -gritó, y se le quebró la voz.

La acusación de su hijo la devastó, pero a la vez notó cuán desesperado, cuán inseguro y vulnerable estaba. Lo entendía. En un impulso, Mónica tendió su mano y le acarició el brazo, pero él reaccionó como si hubiera recibido una corriente eléctrica.

-Guille, por favor, ustedes son lo más valioso que tengo. Nadie puede ocupar el lugar que tienen los dos. Es solo que... ¡a veces me siento tan perdida! Tu hermano es chico, necesita una figura masculina que lo guíe también.

-Necesita a su padre, no a cualquier pinta que vos metas acá.

Mónica trató de no perder la paciencia. De no tomarse la agresión como personal.

-Mi amor, no es cualquier hombre. Lo conocen. Pablo es...

-Ya sé quién es Pablo. Un garca -dijo, y volvió a apuntarla con el dedo-. Un garca que te encara como un buitre al poco tiempo de que papá murió.

-¡No tenés derecho a insultarlo de esa forma! Las cosas no son como las estás planteando.

-¿No tengo derecho a opinar sobre tu noviecito? ¿A opinar sobre lo que hacés con tu vida? ¿Con quién te metés? ¿A quién pensás imponernos?

-Estás muy confundido. Cuidar con quien me relaciono no es tu rol. Soy una mujer adulta y vos sos mi hijo, no mi esposo.

-No, claro que no. Tu esposo se murió, mamá. ¡Y dejó a dos hijos! ¡Hacete cargo! ¿O la pobre viuda no puede sola y tiene que suplantar a su marido?

Su madre le cruzó el rostro de una bofetada. Guillermo no le quitó la vista de encima.

Después, en silencio, se encerró en su habitación.

La actitud recrudeció cuando, seis meses después, Mónica se casó con Pablo y este se mudó al apartamento.

Ella pensó que, tal vez, el año siguiente sería diferente. Que Guille estaría más encaminado. Que la presencia de otro adulto en la casa lo iba a apaciguar, a darle más confianza, mayor estabilidad. Que iba a mejorar en el liceo y que, finalmente, la vida de todos retomaría la normalidad.

Se equivocó.

AUNQUE ÉL NO ESTÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora