La filosofía de la Sombra del Arcoíris.

El Tiempo.

El tiempo.

Todos, creo yo, sabemos lo que es el tiempo.

Muchas veces has querido que el tiempo pase más rápido para que esa clase tan aburrida acabase, otras veces has rogado al Señor Tiempo correr más lentamente para que no llegue la hora de entregar esa exposición que no hiciste.

El tiempo es algo complicado, algo misterioso e incapaz de controlar y entender.

El día que el tiempo se pare será el fin de todo lo que se conoció, se conoce y se conocerá para siempre.

Primero voy a preguntar algo:

¿El tiempo es bueno o malo?

Si eres un niño pequeño, desearás que las horas sean segundos y los días minutos para que tu cumpleaños o una fiesta cualquiera llegue.

Si eres adolescente querrás cumplir ya esa edad a la que tus padres te dijeron que podías salir de fiesta.

Si eres adulto, no querrás envejecer y perder tu físico y salud.

Si eres anciano temerás el paso de los minutos.

Desearás haber podido aprovechar más tu vida en vez de pasarla intentando ser perfecto por culpa de ese complejo que te creó ese comentario de tu vecina.

"Ese niño está muy gordo"

De tus compañeros.

"No deberías ponerte eso, te queda fatal. Bueno, como casi todo"

De tu propia madre.

"Cariño, ¿no crees que el niñ@ es demasiado gord@, alt@? No sé de quién sacó eso."

El tiempo es cruel.

Pasa, implacable, sin ni siquiera inmutarse ni un poco por las cosas que destruye.

Yo temo al tiempo.

Mis recuerdos son una tortura constante.

Me recuerdan que lo que parece ayer fueron hechos de hace años.

Me recuerdan que el ayer en su día fue hoy.

Me recuerdan que cada situación vivida es demasiado fácil de pasar, olvidar y destruir.

Me echa en cara que la vida es como un libro del que ya conoces el final, tu muerte.

¿Cuántas veces has querido retroceder en el tiempo?

Retroceder y cambiar el error de tu vida.

Cambiar la decisión que arruinó un gran momento en tu vida.

Arreglar el objeto que rompiste.

Responder correctamente el examen que suspendiste.

Que irónico es todo, ¿no?

Un día estás mirando impacientemente el reloj de tu pared, esperando que la estúpida aguja se mueva para que sea la hora de salir con tus amigos y, sin darte cuenta, terminas rogando a esa misma aguja que se detenga.