La cama
El sonido no era muy fuerte, bueno tal vez un poco como para incomodar a cualquiera que estuviera a la redonda. Los resortes de la cama hacían un chirrido característico y molesto cuando se les forzaba en un movimiento que no debería de ser, también era molesto que se escucharan los golpes de la madera, el soporte del colchón golpear contra la pared.
No debería estar pasando, pero lo estaba y ella sabía que aquello iba a terminar mal cuando el sonido se volvió más estruendoso y los golpes más violentos. Entonces soltó el manojo de llaves que traía consigo y buscó aquella que hacía juego con la cerradura de la puerta.
Nerviosa hasta médula de los huesos, sólo alcanzó a insertarla cuando se escuchó el sonido de algo romperse, en específico, la madera al romperse. Su sangre se heló, ¡estaba perdida en todos los sentidos, pero juraba que no caería al infierno sola!
Giró la llave para quitar el seguro y luego hizo lo suyo con el pomo de la puerta. La abrió enojada, desesperada y frustrada, pero aquellos tres sentimientos no se comparaban al horror que la embargó al ver la escena ante sus ojos.
Destruida, la cama matrimonial estaba partida por la mitad y un par de niños asomaban sus cabezas por entre las sábanas que ellos mismos habían desordenado.
¡Estaba frita, la señora la iba a matar!, ir al infierno sería poco comparado con lo que aquella mujer huraña le gritaría. Los niños, como si nada hubiera ocurrido, le sonrieron de forma inocente, exculpándose cínicamente de su falta, pero ella no estaba para bromas ni miradas bonitas, durante todo el tiempo que llevaba trabajando en esa casa del demonio, ¡nunca pensó que ese par de chiquillos terminarían rompiendo la cama de sus padres!
Era la mala suerte, tal vez, siempre la había perseguido, se decía. Era el primer trabajo estable que tenía, el primero y se iba por el caño.
Entonces recordó a su amiga cuando le comentó que ser nana era fácil.
¡Al demonio, ser nana no es fácil!