Las horas corrían y aún no había empezado a leer aquella carta que había recibido en la mañana. No tenía tiempo para hacerlo, ya vivía muy ocupada con la vida de mis clientes; ayudando a Julián a superar su miedo al fracaso, reparando los problemas de comunicación entre la pareja de al lado y tratando con Hector, un anciano con ataques de pánico que decía cosas tan disparatadas que cabía perfectamente entre los parámetros de la locura.
En unas horas, como todos los jueves a las cuatro de la tarde, Alicia traería a Hector de su casa de retiro para que se desahogara de todas esas ideas que le nublaban lentamente el hilo de la realidad. Según la agenda aún faltaban más de dos horas para cumplir con esa cita, tenia tiempo suficiente para ir por un café y regresar, si había buen trafico hasta podría darme una vuelta en casa para asegurarme de que mi hija estuviera haciendo sus deberes; cuando una madre toma ambos espacios en un hogar, no esta nada mal ser un poco sobreprotectora. Nunca me fié en dejar las cosas que podía hacer yo misma en manos de Dios.
Acomodé los papeles que tenia en la mesa, en su mayoría dibujos, y ojeé una vez más la agenda para cerciorarme de que todos mis deberes estuvieran puntualmente acomodados. Salí de mi consultorio, no sin antes tocar la Biblia que estaba en el mueble del espejo para sentirme segura. Al pasar por la puerta fui echando una que otra sonrisa a quienes me cruzaba en el pasillo, que por primera vez se me hizo más largo de lo normal, hasta que llegué a la recepción. Mariana llamo a mi nombre
- ¡Dra. Sorrow! --exclamó con viveza--
- ¿Sí, señorita?
- Su hija llamó antes, creo que era importante pero no dijo nada
- Seguramente era sobre qué había dejado para almorzar. Ahora en la tarde la llamo --contesté--Algo en todo esto me hizo sentir intranquila, mi hija nunca llamaba. Me reservé la preocupación y trate de calmarme.
- Puede ser. Doctora, recuerde su cita de las cuatro.
- No me retrasaría ni un minuto, ya sabes como es Hector con los números. No vaya a ser que nos monte una escena aquí. --solté una ligera carcajada--
- Bueno, aqui la esperamos. --Mariana sonrió y me guiñó el ojo--
La sonrisa se me escapó. Siempre he odiado que las personas me acuerden de mis deberes, yo soy lo suficientemente responsable por mí misma como para olvidar algo. Me monté en mi Chrysler modelo 90, respiré hondo unos cuantos segundos y tomé mi camino. Visitaría a la misma cafetería de siempre a tomar el mismo café de siempre a la misma hora de siempre, sentía que mi vida se estaba tornando algo rutinaria, pero eso, sin lugar a dudas, en vez de alterarme me tranquilizaba. Saber que todo iba según mi programa me hacia estar segura de que tenía pleno control sobre mi tiempo y mis acciones.
En menos de cinco minutos ya me encontraba en el centro de la ciudad, ya que el tráfico fluía con rapidez. Dí un par de vueltas al parque hasta que encontré un espacio para aparcar. Lo primero que noté al bajarme de mi auto fue que ahí se encontraba Dan reposando en la misma banca, sucio y borracho.
Aún recuerdo cuando este pobre indigente era parte de la sociedad: cuando trabajaba y venía de vez en cuando a mi consultorio a quejarse de las actitudes de su esposa; haberla perdido en aquel accidente del 2008 solo desencadenó una saga de desesperaciones y melancolías en su vida. No pasaron más de dos años desde el choque y este hombre ya estaba en las calles, predicando con delirios paranoicos sobre el porqué de su fracaso. Dan nunca logró entender que esa "sombra oscura y maligna" que le trastornaba la vida en realidad solo era la respuesta humana para las cosas que no podemos entender, lo que genera desesperación; en realidad lo que vivió Dan no fue más que gajes del oficio, cosas que pasan en el diario vivir. La vida no es tan fantástica y paranormal, tan solo es un conjunto de casualidades. Como dijo mi profesor de Psicología Humana cuando hacía su apología atea: "Es más fácil para el hombre evitar la desesperación en el presente atribuyéndole la culpa de él a algo divino o sobrenatural"
En las ultimas sesiones que tuve a Dan frente a frente no estaba tan loco como lo está ahora. Tenía problemas de alcohol, el cual solo fue empeorando con los años desde el fallecimiento de Martha. Eventualmente consumir tanto alcohol debió afectarle la cabeza y lo hizo dejar de vivir en el mundo real. Las cosas solo mejoran o empeoran con el pasar del tiempo. Las constantes angustias siempre sacan lo peor de las personas.
Dan reconoció mi auto, se levantó de su cama de cemento y alzó un brazo para saludar. Le sonreí y balbuceé un "Buenas tardes". Me dispuse a cruzar la calle para llegar a la cafetería y comprar mi bebida favorita. Me acerqué a la puerta y noté algo muy extraño, la puerta tenía un cartel que decía: "Cerrado por viaje familiar", me sentí ansiosa. Esas ligeras circunstancias rompen mi rutina. Me quedé pensando unos minutos donde iba a comprar mi café, hasta que decidí que caminaría unas cuantas cuadras más y compraría en la cafetería del señor Emerson. Puede que no hicieran tan buen café, pero en este momento lo único que pensé fue que aunque sea era algo.
Mi cafetería favorita tenía un estilo europeo que siempre lograba transportarme a Francia con tan solo entrar. Stacy's (la cafetería del señor Emerson) era más americana que los juegos artificiales, las hamburguesas y los perros calientes en un cuatro de julio. El lugar estaba ambientado como un lugar de desayuno de los sesentas; hasta la camarera en la barra usaba un moño y el típico paño puntuado de tela en la cabeza. Lo que de verdad importaba era el servicio al cliente y sinceramente no era malo. Fue entrar y unos instantes después la bella jovencita nieta del dueño me atendió:
- ¡Buenas tardes! Bienvenida a Stacy's. ¿Qué le podemos servir? -dijo la jovencita con una voz tan automatizada que sentí que hablaba con una maquina.
- Un café, por favor. - la niña rápidamente volteó, puso el vaso en la cafetera y presionó los botones.
- Son $2.50
- Aquí tiene -dije, sucesivamente ella tomó mi café y lo puso en la barra.
- Gracias. ¿Usted es nueva por aquí? -se me quedó viendo fijamente.
- No, soy la Dra. Sorrow. Tengo un pequeño consultorio a las afueras de la ciudad.
- ¿Dra. Sorrow? -sonrió- Disculpe por no reconocerla, usted me dio el curso de Humanidades cuando estaba en mis años de preparatoria.
- Tranquila, me pasa a menudo. Han pasado ya varios años desde que doy clases.
Mi telefono comenzó a vibrar insistentemente y tuve la necesidad de sacarlo de mi bolsillo, era de la recepción del consultorio. Contesté esperando lo peor. Lo peor había pasado, Hector había llamado para adelantar la cita una hora, estaba por presentarse en mi consultorio justo a las tres de la tarde. Estas cosas me chocan tanto, odio que me cambien la agenda, supone más modificaciones en mi rutina. No tenía tiempo para pasar a casa a ver que era lo que pasaba, debía llegar lo más rápido posible al trabajo. Hector es muy delicado con los números, las impuntualidades pueden generarle varios problemas. Tomé el café, le puse la primera tapa que encontré y me acerqué a la puerta.
- Disfrute de su café, gracias por preferirnos. ¡Que Dios guíe su camino!- dijo la niña. Se me erizó la piel por unos momentos. Sabía que algo no estaba bien.
- Muchas gracias -exclamé y a paso acelerado caminé en busca de mi automóvil.
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Nunca me dijo su nombre
HorrorHistorias divididas. Personas que nunca se han cruzado entre sí pero que tienen algo en común, tal y como todos los seres humanos, sufren de miedo. Ese miedo se transforma, se alimenta y los consume lentamente. Esta horrible ansiedad que tienen esta...