Bajo tus pies

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El sol de la mañana se filtraba entre las cortinas amarillas de la ventana del piso e irrumpían en el centro de la habitación. Hacía notar las partículas de polvo que se movían por toda la habitación. Era extraño que no sufriera de alergias. La pequeña casa en el extremo sur del pueblo la había podido adquirir hacía seis años, el precio económico se debió a la ubicación. Todo eso, cuando recién había cumplido veinte años. 

El despertador sonó. Su mano violentamente salió de debajo de la sábana y tumbó el despertador al suelo. Había cambiado de despertador hacía una semana, el cual se apagaba con un botón lateral. El nuevo poseía un botón superior. El sonido constante aún hacía eco en toda la habitación. «Odio mi nuevo despertador» se dijo. Se cubrió los oídos con la almohada, el sonido se redujo, pero no el suficiente para que dejara de ser molesto. Ya era hora de ir a trabajar. Recogió el despertador, canceló su sonido y lo dejó donde había estado antes del golpe.

Salió del cuarto y pasó a la cocina, miró el calendario el cual le indicó que era 12 de abril. Venían tres años seguidos en el que todos los días de ese mes algo raro acontecía. Insignificancias, pero que unidas a través de los años lo hacían una coincidencia extraña. El año antepasado había encontrado la nevera abierta y comida esparcida sobre la mesa, no había nadie en casa. El año que estaba por pasar encontró toda la ropa tirada por toda la casa. Alguien había entrado. En ambas ocasiones pensó que lo habían robado. Revisó todas sus pertenencias pero todo estaba en su lugar, excepto lo notable. «¿Mañana pasará algo anormal otra vez?» se preguntó. Aunque estaba casi seguro que nada pasaría, se aseguraría de dejar todo bien cerrado, de modo que nadie, a parte de él, pudiera entrar. Antes de eso se dio una ducha para espantar el sueño en su totalidad y se vistió con lo usual para su trabajo.  

Pasó a su cuarto, ordenó las sábanas como siempre, cerró la ventana con seguro y cerró con llave el cuarto. Pasó a la cocina y, otra vez, cerró las dos ventanas por donde dejó de entrar la luz que había. Se detuvo en medio de la sala cerciorándose de que todo estaba bien cerrado. No tenía puerta trasera, aún, en un futuro esperaba tenerla para así darle la vida que tanto quería a su patio. Recordó el respiradero del baño, era imposible que alguna persona entrara por ahí, de igual modo no podía cerrarlo, solo era un hueco del tamaño de un ladrillo. Aseguró las dos ventanas a cada lado de la puerta principal, que daban el frente a la calle, caminó al costado derecho y sintió por un segundo que una tabla cedió por su peso, dio un paso a tras y miró, había olvidado la grieta que estaba en el suelo, a mitad de la sala, debía repararla. Lo haría al regresar del trabajo. Salió, miró a los alrededores, a su derecha: el camino para salir del pueblo. A su izquierda, otra hilera de casas bien acomodadas. Lo único que le quedaba por asegurar era la puerta principal, lo cual hizo pasando doble pasador. Guardó la única llave, de la única casa, en el único bolsillo de la chaqueta junto a la moneda que nunca sacaba de ahí. Bajó los cuatro escalones, se detuvo, volvió la vista a su casa de una planta. Subió al auto de segunda mano, que había comprado con su miserable sueldo, lo encendió y se marchó del pueblo. Su trabajo estaba a siete kilómetros, promediamente cerca.

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Había tenido un día arduo por poco sueldo. Así venía siendo durante cuatro años, pensó en renunciar y buscar otro empleo, pero la zona de confort se arraigaba cada más a su vida laboral. Y la situación actual no le brindaba la completa ayuda.

Volvió al pueblo.

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Estacionó el auto frente a su casa. Sin bajarse del mismo observó su pequeña casa, se veía todo en perfecto orden. El interior de la casa debía estar en total oscuridad. Bajó del auto y se acercó a la puerta. Buscó la llave de la puerta, no la tenía en el bolsillo donde se la había guardado junto a la moneda que nunca sacaba ¿dónde estaba? «Recuerdo que cerré la puerta y la llave la guardé en el bolsillo de la chaqueta.» Se afianzaba bien porque por cada paso que daba la llave daba un tintineo con la moneda. Volvió a revisar y tenía la moneda, pero no la llave. Retrocedió un paso, sintió que pisaba algo, miró al suelo y debajo de la alfombra había algo, al levantarla notó la llave ¿cómo había llegado ahí? No se le había caído, si hubiera sido eso estuviera sobre la alfombra no debajo. Su mano izquierda comenzó a temblar cuando recogió la llave. Lo anormal parecía haber hecho la presencia del doce de abril. Si había sido solo eso, no le veía nada malo. Extraño quizá, pero no le hacía daño a nadie. Su mano temblorosa buscó en varias ocasiones introducir la llave en la cerradura, hasta que la encajó, giró y abrió. Nunca lo imaginó.

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