Carta 2: A ti, que te rompí el corazón, Samuel

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A ti, que te rompí el corazón, Samuel




Sé que vas a comprender todo lo que te voy a escribir, ¿Quieres saber cómo lo sé? Porque te conozco lo suficiente como para saber algo: no eres un tonto. Eres inteligente. Me cuesta admitir que incluso eres más inteligente que yo, porque, Sam, déjame te digo algo, déjame te doy una retroalimentación más: lo que yo hice no estuvo mal, sino lo que le sigue.

Conoces la historia, porque tú la viviste conmigo, pero no la viste desde mi enfoque. Déjame te platico cómo fue para mí toda esta aventura, para que veas el mal que hice.

Ponte en mis pies. 37 años con apariencia de 30. Casada. Dos hermosos hijos. Un mejor amigo que se convirtió en mi esposo. Profesora en una de las universidades más prestigiadas del país. Todo suena muy bien ¿no lo crees? Pero había un problema: Yo. Yo era el problema. Yo era una tonta que no supo apreciar lo que tenía a su alrededor.

Apenas empezó el nuevo ciclo escolar y cuando entré al aula de clases muchos comenzaron a aplaudir. Hace poco había salido en el periódico y en las noticias porque acababa de ganar un caso contra el Gobierno, no todos los abogados lograban eso y las personas me admiraban por eso. Sonreí a los aplausos y te vi, sentado en el aula de clases con una enorme sonrisa y golpeando fuertemente tus palmas, queriendo que yo te notara, queriendo que tu aplauso resaltara de al de los demás.

Y funcionó.

Me presenté, a pesar de que ya todos me conocían por mi momento de fama de antes. Después les pedí a todos que se presentaran y que me dijeran por qué querían estudiar criminología. Siempre fui pésima para aprender nombres. Y se los dije. Incluso añadí que sólo me aprendía aquellos que en serio dejan algo de sí en mi vida.

De todo el salón. Ese día. Sólo me aprendí tu nombre, Sam. Porque dejaste huella en mí. Tu respuesta me gustó tanto, no la voy a decir porque ya te la sabes, así que no vale la pena gastarla.

De todos los cursos a los que daba clases me gustaba mucho el de ustedes, eran tan dedicados y notaba mucha pasión, por eso cada que veía en mi horario que yo tenía que ir a su aula llegaba con una enorme sonrisa, llegaba feliz. Me daba cuenta que iba a estar explicando un tema por 50 o 100 minutos y no iba a ser en vano, porque me iban a poner atención, y si los demás no me prestaban atención porque estaban en el celular según ellos de manera discreta o estaban haciendo algún trabajo de otra materia... no importaba qué, siempre había alguien que dejaba de hacer cualquier cosa que hacía para prestarme toda la atención que podía, para preguntarme cosas que hasta a mí me retaba para investigar más y dar una respuesta. Esa persona eras tú. Lo sabes.

Llegaron los primero parciales y me arriesgué a hacer algo que podría poner en peligro mi carrera como docente. Entregué a todos exámenes normales, con preguntas de opción múltiple; a ti, te entregué un examen con 40 preguntas abiertas. Te entregué un examen complicado, uno muy difícil, un examen diferente a los demás. Yo tenía la corazonada de para ti sería un reto, pero un reto que lograrías cumplir con éxito.

Y tuve razón.

Tus compañeros tuvieron buenas calificaciones, nadie reprobó, sacaron entre 70 – 100. Y tú, Sam. Tú obtuviste un 100. Todas tus respuestas estuvieron correctas, incluso agregaste cosas que no debías poner pero que sí tenían mucho que ver.

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⏰ Última actualización: Jun 14, 2016 ⏰

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