Resulta que somos animales del lenguaje, maestros del habla y conversadores de cicatrices. Resulta también que estamos a la mitad de la tempestad de una tremenda tormenta en el océano y nos volvemos aire, flotante y sin pesar. Resulta que el tiempo se lleva a las personas y las personas se llevan la esencia de rosales recién cortados que desprendemos de entre los poros de la piel. Resulta que la esencia se hace añeja, y que el olor se pierde, dándonos así un misterio irremediable. Contamos los números otorgándoles un valor inefable, pero no contamos estrellas, lunares, cicatrices y su estremecimiento al sentir la piel caliente y la sangre hirviente. Se juega a tatuar el amor y a besar la huella de éste, besamos y tocamos pero no endurece. El amor debería ser baldo y duro al mismo son, pero en su lugar, es inseguro y controlador. Dándonos una vez más una realidad que adoptamos como verdad, aunque no sea así, aunque sea etéreo. Utilizamos la cama para dormir y olvidamos dormir y terminamos dando vueltas por toda ella, soltando melifluos de placer y formando una serendipia inefable. Nos volvemos seres llenos de limerencia y exigimos lo mismo a nuestro acompañante de paso, a nuestro cuerpo prestado y nuestro beso robado. Aspiramos su hedor y crecemos con él, amando la lluvia porque es totalmente inoportuna. Se aparece aquí y se aparece allá inspirando a los poetas y fastidiando a los retraídos. Círculos viciosos se vuelven casuales y triángulos amorosos rompen las barreras del establecido amateur mientras que las mentes cuadradas se liberan un poco, hasta hacerse masa inútil y sin sentido. El sol y la luna se alinean y el mar desprende su furia, soltado un oleaje agresivo que arrasa con la traición. El conejo salta de ella y se come el arrebol de nuestro cielo dándonos la epifanía de revelarnos y por inercia hacerle el amor al alma y no al cuerpo de otro organismo y otra célula. De nuevo se torna gris, ya han acabado el sol y la luna de chocar universos por diversión y desprender estrellas de su esplendor para darnos una tarea nueva, nombrarlas. Una se llama Acrux y las otras cualquier pendejada que se le ocurra al de arriba. Los astrónomos no encuentran explicación, la ciencia pierde su credibilidad y se la ganan los ilusos escritores, poetas y oradores, divulgando que la nueva era está cerca, que los nuevos tiempos ya son estos. La música se come y arte se bebe, mientras que la lectura se tiñe de negro, haciéndola prohibida y deseosa. Los días ya se pasan igual. Frio o caliente, da igual. Sexo o amor, no hay diferencia. Placeres efímeros y elocuencia desvanecida. Flores inmarcesibles. Y desenlaces esperados. La naturalidad de lo anormal, es la perfección como concepto inexistente.