Capítulo 13

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"No volveré a hacerlo. Tocarte, abrazarte... no volveré a hacerlo."

Aquella tarde de verano, tres años atrás, también llovía. Una fuerte tormenta rugía en el cielo, descargando su furia con potentes truenos y relámpagos, mientras ventiscas ululantes agitaban los árboles y la lluvia caía como una cortina. La naturaleza parecía decidida a destruir el orden del mundo ese día, o al menos ponerlo patas arriba por unas horas. Y, de alguna manera, lo hizo.

Kenma y Kuroo, que por aquel entonces tenían catorce y quinces años respectivamente, se encontraban en la habitación de este último, ambos sentados en la cama, frente a frente. Kenma jugaba con su PSP mientras Kuroo le pasaba una toalla por la cabeza, para secarle el cabello. La tormenta los había sorprendido de camino a casa después de practicar pases de volley en el parque.

—Si no te secas bien el pelo te vas a resfriar —le había advertido Kuroo a su amigo, que se había limitado a dejar caer la toalla sobre su cabeza para continuar concentrado en su juego. Como Kenma siguió sin hacerle caso, Kuroo chasqueó la lengua y se encargó él mismo de la tarea.

Kenma lo dejó hacer. Era normal que Kuroo se hiciera cargo de él hasta en esos mínimos detalles, cuando perdía la paciencia ante la falta de proactividad del chico. Su relación era así desde que se conocieron de pequeños, cuando Kenma erá aún más reacio a relacionarse con la gente y Kuroo, ignorando la reticencia del chico, se impuso como su amigo más cercano sin pedir permiso ni perdón.

El mundo siempre había sido un lugar algo incomprensible para Kenma. Un lugar agresivo, vertiginoso, lleno de ruidos confusos y voces estridentes, demandantes. Un lugar donde todos parecían correr a todos lados, apurados en todo momento; apurados en crecer, en vivir, apurados en morir. Un lugar donde no encajaba, donde su ritmo jamás alcanzaba al resto; donde su personalidad no se adaptaba a las expectativas. Un lugar que no era su lugar, y sentía que jamás lo sería. Por eso prefería aislarse, no molestar ni ser molestado, evitarse la ansiedad y el nerviosismo. Sin embargo, cuando lo conoció a Kuroo, el mundo de pronto se volvió un sitio menos hostil.

Así habían crecido, siempre uno al lado del otro, uno cuidando y el otro dejándose cuidar. No obstante, más allá de la comodidad de ser atendido, Kenma había descubierto que le resultaba muy agradable el tacto de su amigo, y aunque nunca lo había dicho en voz alta, no perdía oportunidad para ser tratado así. De lo que no era consciente era que Kuroo tampoco dejaba pasar ninguna oportunidad para hacerlo.

Y allí estaban esa tarde lluviosa de verano, sentados uno frente al otro. Estaban casi en penumbras, el cuarto a penas iluminado por el último resplandor de la tarde y los fugaces destellos de los relámpagos que se filtraban por la ventana. Aún concentrado en su juego, Kenma movió la cara para que su mejilla rozara el brazo de Kuroo, frotándolo como un gatito que busca mimos. Era un acto casi inconsciente, simplemente le gustaba el calor de la piel de su amigo. Las manos de Kuroo entonces se quedaron quietas sobre su cabeza, y todo él pareció permanecer estático de golpe. Su cuerpo irradiaba la misma tensión acumulada que las oscuras nubes de tormenta en el cielo, contenedoras de un potencial eléctrico a punto de explotar.

Kenma levantó la vista con curiosidad ante la súbita quietud de su compañero, y encontró que Kuroo se inclinaba sobre él, acercando su rostro. Sus labios se encontraron en un roce tan ligero como el aleteo de una mariposa, mientras los iluminaba un repentino relámpago. Se miraron un instante en penumbras, dubitativos, expectantes, con la electricidad recorrieron su piel, durante el tiempo exacto en que le tomó llegar al trueno y hacer retumbar los vidrios. Entonces la boca de Kuroo capturó los labios de Kenma con más ímpetu, y la tormenta se desató puertas adentro.

A esa tarde le siguieron muchas otras; tardes de besos en un principio inexpertos, a veces tímidos, temerosos, de pronto voraces, insaciables; tardes de caricias torpes pero anhelantes, de palabras no dichas y abrazos cargados de significados silenciosos. Con el tiempo, y cuando por fin alcanzaron una intimidad total, Kenma aprendió que todo aquello que no lograba expresarle a Kuroo en voz alta, podía hacerlo a través de su cuerpo. A través del roce de su piel, del encuentro de sus cuerpos, le transmitía todo lo que su voz no era lo suficientemente valiente para expresar.

El Club de los 5 - Haikyuu!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora