"Rosas marchitas"

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Los días de verano deberían resplandecer todos por igual, pero hoy, aunque el cielo emane una luz radiante y los cerezos crezcan en su máximo esplendor, llueve en mi pecho y la marejada fría cae en mi rostro como un balde de hielo, al mismo tiempo que una navaja afilada atraviesa mis cartílagos, pero no me mata. Agonía y desesperanza me cruzan, la soledad me recuerda tus palabras y es generosa, pues me regala una caricia parecida a la tuya, pero menos cálida. Te he perdido y es más triste lamentarme que culparme. La muerte es amable conmigo este día y no me toma de la mano y no me arrastra hasta donde te encuentras, ya sea el cielo, el infierno o un espacio tiempo en que sólo tú y yo existimos. Amanecer turbio, emáname ya, ámame de nuevo y mátame si eso quieres. La naturaleza se torna gris, no hay color, ni las rosas rojas, amarillas o blancas tienen hedor. Matices grises inundan mí estancia. La ventana que solías mirar está hoy más traslucida que de costumbre. El rosal blanco que había afuera de tu ventana ha marchitado y los pétalos no me alcanzan para descifrar si me amabas o no, ha resentido tu partida, al igual que yo, sus espinas han decaído hasta emblandecer y carecer de carácter propio. Solo, dando pasos inciertos camino hacía donde me lleve el viento, pues corrías tras él y un poco de tu ser debe contener. Me pesan los pies cual cemento y los brazos me hormiguean, la sangre ya no es cálida, la siento fría recorrer mis venas y llenándome a su vez de impotencia por no poder seguirte ahora. La primera rosa que sufre los estragos de tu amor y mi tristeza, indica que me amabas, no me dice la intensidad pero he sido capaz de entender la conexión que sus pétalos tienen con el sépalo y a su vez, lo tiene con el perianto que ha de sostenerla sin desertar. Ojalá así de fuerte hubieras sido, no habrías quebrantado mi dureza, no me habrías hecho flaquear y caer a un agujero negro del que no saldré. Las mariposas que se posan sobre tu cuerpo inerte, helado y sin vida me recuerdan a las mañana de amor que teníamos, empezábamos preparando el desayuno y terminábamos haciéndonos sentir dueños del mundo, mis suspiros suspicaces y tus mejillas sonrojadas, tu largo cabello castaño que caía sobre tus senos desnudos y tus ojos almendrados mirándome fijamente, con las pupilas dilatadas y cejas estiradas, son algo que no podré ver jamás. Un último vistazo a tus ojos sin expresión, antes de cerrarlos por completo para que duermas eternamente. El incienso que hoy enciendo, es tu olor favorito, canela con manzana. Y digo es, porque para mí, todavía eres. Eres mía y nada ni nadie podrá cambiarlo, así como soy tuyo y ni un abismo de tiempo y espacio nos va a separar. Sea donde sea, las rosas me llevaran, las tornaré de negro, para no desentonar en esta triste realidad, en la que yo sigo, pero tú no estás. La tercera rosa me ha dicho que no me amabas, eso es blasfemia, la rosa miente, porque yo sé y quiero saber hasta el final de mis días que me amaste, me amas y me amarás. Debe estar celosa porque ninguna oruga será capaz de amarla como yo te amo a ti, sin dudar, daría mi vida para que desertaras de morir. Pero hoy, el destino te ha escogido a ti y yo no puedo interferir, no en esto. Me he puesto a tocar el violín bajo el roble en el que te hice mía y nuestras iniciales grabe en la rama más alta, inolvidables serán, hasta la muerte de este roble durarán. Siento que cuando toco el violín sólo eres capaza de escucharlo tú, aunque ahora le toco a tu cuerpo frio y a mi soledad tibia. La sexta rosa me vuelve a confirmar lo mucho que me amas, cariño mío, me amas y me amarás, porque yo te amo y te amaré. Va a anochecer y la despedida debe acercarse, antes de que te vayas definitivamente, dame un suspiro y un beso en las comisuras de la boca, pues ahí está marcado mi amor y tu amor. Pues ahí está marcado tu olor y mi hedor.  

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