- No lo hagas. - suplicó el chico de ojos verdes, aunque ella no le escuchase.
- Por favor, por favor, para.
Una lágrima proveniente de sus preciosos, aunque tristes ojos rodó por su mejilla. Le dolía ver cómo se hacía daño. Cómo, aunque él hubiese hecho de todo para ayudarla, ella seguía con su propia tortura.
Llovía a cántaros, habían truenos y relámpagos. Estaba completamente empapado, podía sentir el charco de agua que había dentro de sus zapatos, pero no le importaba. En lo absoluto. Todo lo que él deseaba era lograr que la chica que estaba al otro lado del cristal parase lo que estaba haciendo.
No había manera.
Había intentado forzar la puerta delantera, entrar por el jardín... Probó todas las ventanas, pero nada dio resultado. La desesperación lo estaba volviendo loco. Ya no sabía qué hacer. A punto de darse por vencido y refugiarse debajo de un árbol (estaba claro que aunque no lograse entrar no se iría de ahí) su pie chocó con una piedra. No es la mejor idea, pensó. Pero no había otra opción.
La piedra hizo un estruendoso ruido contra el cristal, abriendo paso al desesperado muchacho. La chica, asustada, se sobresaltó y pegó un brinco. Nunca se imaginó que el moreno se atrevería a hacer tal cosa con tal de entrar. De echo, ni siquiera sabía que quería entrar.
"¿Quién iba a querer salvarme?" Se lamentó.
Saliendo de sus oscuros pensamientos, se apresuró a recoger a su tranquilazante, como le llamaba ella, del suelo, donde momentos había aterrizado por su sobresalto. Una vez con él en mano, corrió y se escondió en el baño, huyendo despavoridamente de la única persona a la que le importaba.
¿Por qué tiene que ser todo tan difícil con ella?, se quejó el chico. En su entrada furtiva a través del cristal, se hizo un corte en la mano; la herida no era profunda, pero no dejaba de sangrar y le dolía muchísimo. En ese momento, se preguntó cómo "su" chica era capaz de aguantar tanto dolor, y encima provocándoselo ella misma. Negó con la cabeza al mismo tiempo en que buscaba desesperadamente dónde estaba. ¡Pero si hace un momento estaba justo aquí! Era increíble su rapidez para esconderse de las personas.
Intentó recordar los lugares más comunes donde solía huir de él, y la bombilla se encendió en su cabeza. Corrió por toda la casa, abriendo y cerrando puertas, exasperado por encontrar el baño. Al fin llegó a una con llave, y ese leve sollozo que ahora se le hacía tan familiar provenía del otro lado de la puerta.
"¡Date prisa y deja de pensar tanto, imbécil! ¡El tiempo corre en tu contra!" le recordó cruelmente su subconciente.
Examinó el lugar con los ojos rojos por la preocupación y la falta de sueño, en busca de una tarjeta o de un clip, algo con lo que lograra abrir la puerta. ¡Eres un idiota! se reprendió a sí mismo. Llevaba una tarjeta de crédito en su cartera. Rápidamente, comenzó la ardua tarea de intentar abrir la puerta, agradeciendo mentalmente a los cielos que su padre le haya enseñado cómo hacerlo. Ya no se oían los sollozos, solo las gotas de lluvia repiqueteando en el techo. ¡Apúrate!
En cuestión de segundos, la puerta se abrió, permitiéndole ver a la persona que más amaba tirada en el suelo, llena de sangre. No tenía ni idea de qué hacer, nunca se había visto en una situación tan delicada. Estaban en el quinto pino de un pueblo perdido en las montañas, una ambulancia tardaría horas en llegar. Se quito su camisa a cuadros que a ella tanto le gustaba, rompió las mangas, y las dejó apartadas a un lado. Con lo que quedaba de blusa, la mojó y se apresuró a limpiarle la sangre de las muñecas. Una vez hecho eso, cogió las mangas y las envolvió al rededor de ellas, apretando lo justo para parar la hemorragia.
-Déjame.
Se asustó, había dado por hecho que la hermosa muchacha estaba inconciente.
-¿Qué?- se apresuró a contestar- Ni lo sueñes.
-Déjame, no quiero seguir aquí, estoy harta de mi vida.- Una lágrima se deslizó por la mejilla de la chica, destrozándole el corazón, aún más, a la persona que intentaba salvarla.
-No te dejaré. No te daré ese gusto- le limpió la lágrima con su pulgar, acariciándole levemente la suave mejilla-. Hemos superado muchas cosas, y juro que esto se sumará a la lista.
¡Qué estúpido era este chico! ¿Que no entendía que quería morir? ¡Déjame en paz de una vez! Pensó la muchacha, que, a pesar de su piel morena, estaba totalmente pálida.
-Vamos, cielo, levántate, eres más fuerte que esto. - No se pensaba rendir, no ahora que por fin había encontrado el amor verdadero.
La cogió entre sus fuertes brazos, y la depositó en la bañera. No sin antes desvestirla, por supuesto. La única prenda de ropa que llevaba puesta eran las mangas de su camiseta amarradas en tan dañadas muñecas. Abrió el grifo, con cuidado de no lastimarla, y la tina se iba llenando poco a poco. Pudo sentir cómo se relajaba notablemente la morena entre sus brazos, y eso causaba el mismo efecto en él. Se dio cuenta que sus muñecas habían dejado de sangrar. Gracias a Dios. La chica se encontraba con los ojos entreabiertos, una fina línea que a duras penas dejaba ver aquéllos ojos que a él tanto le encantaban. De repente, una débil sonrisita se formó en su rostro, y el chico de ojos verdes no supo cómo reaccionar. ¿Qué signifcaba aquello? ¿Se estaba burlando de él?
-¿Por qué sonríes?
-No puedo creer que después de todo aún estés aquí.- Su voz era cada vez más débil, apagándose poco a poco.
Que fuese tan débil no siginificaba que ya no escucharía esa voz nunca más, ¿verdad? No, era imposible que el destino se la arrebatara de aquella forma.
-Nunca me iré, por más que intentes echarme, no lo haré. No se saldrá con la suya esta vez, señorita.
La chica emitió una leve risa, que le ilumino por una fracción de segundos los ojos. Aquél sonido era angelical. Uno de mis preferidos, reflexionó el moreno.
-Lo siento - se disculpó-. Por todo. Pensé que en algún momento te rend...
-Shh -la interrumpió el hermoso chico de ojos esmeralda-. No me interesa. Calla, no te esfuerces más.
La chica sonrió para sus adentros, negando mentalmente con la cabeza. Le era muy difícil creer que aquél hermoso chico estuviese allí por ella, después de todo lo que ha pasado... Es ridículo que él estuviese allí, y que la haya salvado de acabar con su vida. Igual no se lo agradecía, ella de verdad no quería vivir más. Estaba harta de todo y de todos, de llevarse tantas descepciones, y de descubrir hasta qué punto es capaz de llegar la maldad.
Poco a poco sus pensamientos se iban a pagando, el cansancio la iba venciendo. ¿Me estaré muriendo? Se preguntó. No lo sabía. Ya no estaba en la bañera, y tenía ropa puesta. ¿Cuánto tiempo había estado pensando? Sentía algo blando contra su cabeza. Abrió levemente los ojos, y ahí estaba él, observándola, con su bella mirada esmeralda fija en ella, tan profunda, esas pestañas, y, oh, esos labios... Cállate, se reprendió, te estás muriendo y aún así estás pensando en lo hermoso que es. O a lo mejor no te estás muriendo, se escuchó por alguna parte de su tan desordenada cabeza.
Sintió cómo él la acercaba a su pecho, y la acunaba en sus brazos, cómo depositaba un beso en su pelo, y le susurraba palabras de consuelo y amor. Nunca te abandonaré, le repetía el muchacho. Déjame amarte de una vez, le insistía.
Ya no le dolían las heridas, y los párpados le pesaban cada vez más. No pensaba oponer resistencia, esperaba con toda su alma no volver a despertar.
"A menos que sea para ver esos ojos, ¿verdad?" le traicionó su subconciente.
Ya no quería pensar, ya no quería saber nada. Cerró los ojos, y aspiró el tan conocido aroma del chico. Cómo te quiero, pensó.
Sintió un ligero roce sobre sus labios, y le pareció escuchar muy a lo lejos un "te amo más que a mi vida", pero no estaba segura.
Finalmente, se durmió. Ya no había dolor en su corazón.