Somos Inmortales

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El E3 había terminado y por fin Willy había vuelto a casa con Vegetta. Mentiría si dijera que no lo había echado de menos... Porque, Dios, lo había extrañado en demasía.

No era la primera vez que se iba de viaje sin él o que estaban separados, pero esta vez, quizá porque sabía que su novio en realidad habría querido ir con él, había sufrido más que nunca esa distancia.

Cuando llegó a casa no encontró a su chico en ninguna parte. Le pareció raro, pues no recordaba que le hubiera dicho nada de que saldría el día de su llegada. Por un pálpito, miró hacia la ventana y vio el día tan soleado que hacía; se le encendió la bombilla. Era por la mañana, y aunque ya era la hora de Vegetta de haber vuelto del gimnasio, estaba seguro de dónde se encontraría. Porque él, aunque quisiera negarlo, era de los típicos que amaban el bronceado y aprovechaban cualquier momento que pudieran para poder ponerse moreno.

Willy se rio internamente para sus adentros. En ese caso, sólo había un sitio donde podría estar, ese sitio secreto que solo ellos conocían en el que podían tener intimidad en la arena y en el agua.

Se cambió de ropa rápidamente vistiéndose con una camiseta corta blanca y un bañador tipo bóxer azul, como los colores de su canal principal. Después, se dirigió en coche a ese lugar que descubrieron juntos nada más llegar al sitio dónde sabían que sería su nueva casa. Era un rinconcito apartado del mundo, una pequeña playa entre dos pequeños acantilados que casi nadie conocía, pues ni siquiera estaba catalogada como playa.

Lo vio.

Samuel estaba tumbado boca abajo en su toalla morada favorita disfrutando de los rayos de sol que incidían en su espalda coloreándola a cada minuto. Llevaba un bañador slip morado, como era normal en él. En ese sitio, sinceramente, podría estar sin él perfectamente, puesto que raras veces pasaba alguien. Pero Guillermo sabía que su hombre no era un exhibicionista, ni aunque no hubiera nadie a su alrededor.

Bueno..., cuando estaban en casa, los dos solos, era diferente.

Willy se quitó la camiseta quedándose solo con el bañador puesto y bajó a paso lento de manera sigilosa para que Vegetta, que parecía estar absorto en su mundo, no se diera cuenta de que estaba ahí; le quería dar una sorpresa.

Se paró detrás de él observando cómo estaba prácticamente durmiendo sobre sus brazos, boca abajo, dejando que el sol tornara su piel en un color más cacao. Sin embargo, se podían ver ya varias partes en los omóplatos rojas: se estaba quemando.

"Qué pringa'o", pensó sin poder evitarlo.

—Sé que estás ahí, chiqui —dijo Samuel, en un tono adormilado.

Eso lo sorprendió y no pudo evitar soltar una sonora carcajada al ver que había sido descubierto. No era tan pringado como parecía. Al ver que el más mayor se quedaba en la misma posición tomando el sol, decidió hablar:

—¿Y no me vas a dar la bienvenida...?

—Lo siento, pero estoy demasiado cómodo como para eso.

Willy levantó una ceja y ensanchó su sonrisa, rasgando aún más sus ojos mirando las partes rojas de la musculada espalda de su novio.

—Estás quemado.

—Lo sé —admitió—, ¿por qué no me echas crema, guapo?

Movió su cabeza a un lado para ahora sí poder mirar bien a Guillermo guiñarle un ojo como provocación, causándole un tierno sonrojo en los mofletes. Aun así, el menor buscó en la bolsa que había visto al lado de la toalla la crema de protección solar y se sentó encima de Samuel para estar más cómodo y poder echársela.

Somos Inmortales || Wigetta || LemmonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora