Un humor de perros.

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Y sentada en el mismo bordillo llevaba ya más de media hora. "¿Dónde estás Mario?" una pregunta que no paraba de repetirse, su esperanza de que en cualquier momento llegaría estaba ya agonizando, desvaneciéndose completamente sin dejar ni huella. Miró la pantalla otra vez, el reloj marcaba las cinco menos diez. Herida y con el poco orgullo que le quedaba se levantó e inició su paseo de vuelta a casa. Por un momento pensó en llamarlo para saber si le había pasado algo, pero luego lo meditó un poco más y acabo guardando su blackberry en el bolsillo. Si no había sido capaz de avisar de que no podría presentarse no lo llamaría. Ojo por ojo la sermoneó su conciencia cruzada de brazos y con el ceño fruncido. 

Por el camino pateaba cada piedra que se encontraba furiosa, ¿por qué? ¿qué motivos tenia para plantarla? ¿estaban bien no? no lo entendía, no podía comprender por qué si esa ,misma mañana todo había ido como la seda, ¿o es que Mario le ocultaba algo? ¡Como odiaba no tener respuestas para ese tipo de preguntas! la ira seguía creciendo -no me hubiera gustado encontrarme con ella en ese mismo momento-, al llegar a casa dio un fuerte portazo y se encerró en su habitación, no sabía si su madre se encontraba en casa pero bien poco le importaba, no quería saber nada del mundo exterior. Dado que tras sus múltiples intentos por tranquilizarse y pensar en otra cosa resultaron ser en vano, finalmente cogió un libro de la estantería y se sentó en la cama. Leer sería lo mejor, o eso creía ella hasta que llegó a la décima página y aún no se había enterado de nada. 

—¡Mierda! —se maldijo a regañadientes y con una voz ronca. 

Si el plan A no funciona, tranquila, aún tienes muchas más letras para seguir intentándolo. 

Abrió el armario y empezó a probarse conjuntos como si estuviese en la semana de la moda en Milán. Fue hacia la habitación de su madre y "tomó prestada" su cámara réflex. Desde pequeña le encantaba la fotografía pero lo consideraba más como un hobby, no había pensado nunca en dedicarse a ello profesionalmente. Tras una sesión de más de cincuenta fotos -aunque borró casi la mitad- y sin apenas batería decidió dejarlo y pensar en alguna otra cosa para matar el tiempo. No quería llamar a Lydia ya que su amiga se preocuparía en seguida y tal vez en realidad no era nada. Aunque tenia muy claro que en cuanto viera al rubio le diría todo lo que pensaba sin rodeos. Lo que menos le apetecía era entrar en cualquiera de las redes sociales de moda, así que encendió su reproductor y puso su cd preferido. Lo subió intentando de esa forma silenciar sus pensamientos y se cambió de ropa, eligió un top deportivo y unos pantalones de chándal muy cortitos -tanto que si se agachaba probablemente se le vería el principio de sus bien formados glúteos-. Bailó entregándose por completo a las canciones que podrían escucharse a tres calles antes de donde vivía. Y así fue matando el tiempo, mientras una pequeña parte de su cerebro seguía pensando en Mario y esperaba aún una respuesta, ella continuaba bailoteando cada vez más concentrada para así acabar con toda falsa esperanza. Pero al sonar la pista siguiente -la decimosexta- se detuvo de inmediato, la reconoció enseguida, era la primera canción que su novio le dedicó. 

—¡Puto Mario! ¿por qué coño me haces esto? —sollozó en un grito ahogado derrumbándose sin poder evitarlo. 

˝Cada noche miro y no estás, empiezo a imaginar que la vida sin ti no es la misma˝, ˝tú me haces llorar me haces pensar que no quiero vivir si tú no estás mi amor˝ decía aquel triste tema mientras Mayra, arrodillada golpeaba el suelo impotente. ˝Tú eres mi sueño hecho realidad. Solo quiero amarte ahora y para siempre˝ ,˝me da igual si el destino te arranca de mí, agarra mi mano yo no te dejaré ir˝ seguía reproduciéndose la melodía que deprimía aún más a la morena.  

—¡Cállate ya! —gritó Mayra desesperada arrancando el interruptor y apagando a la fuerza el reproductor.

Respiró profundamente, siempre había escuchado que era bueno inspirar y soltar el aire unas diez veces, pero ella ya llevaba como una mil quinientas ochenta tres veces y no funcionaba. 

—¡Échale huevos Mayra! —intentó animarse. Sí, hablaba sola pero no estaba loca. 

Las lágrimas intentaban salir  -presas de aquellos ojos un poco enrojecidos-, pero no las dejaría escapar. ¿Y darse ya por vencida? no, esa no era la auténtica Mayra. Mantendría la compostura y seguiría hasta -si era necesario- acabar con heridas profundas y no solo psicológicamente -que de esas ya tenía alguna-. Las princesas no solían ensuciarse el rostro ni sus extremadamente caras vestimentas, pero esto era una emergencia.

Indestructible© [Editando...]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora