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Era el día, iba a mudarme a la universidad y estaba muy feliz de poder ir a la misma universidad donde estudiaba Charlotte, mi única gran amiga. Char, desde pequeña fue como la hermana que nunca tuve y el hecho de poder pasar los últimos semestres de mi carrera con ella, me hacía extremadamente feliz.

Subí mi equipaje al auto y me despedí de Francesa, la gata mimada de mi madre.

—Bien, allá vamos. —suspiré y encendí el auto.

...

Llegué y justo antes de bajarme del auto, recibí un e-mail de mi madre.

Asunto: MUCHA SUERTE.

Cariño, no sabes cuanto me habría gustado estar contigo en tu primer día y desearte toda la suerte del mundo personalmente. Prometo visitarte en cuanto termine el caso. Te amo con todo mi corazón.

—Mamá.

Sonreí al leerlo y solté otro suspiro. Bajé del auto y también mi equipaje. Caminé a la entrada y ahí se encontraba un hombre mayor que al parecer me esperaba.

—¿Señorita Fuhrman Hayward?

Asentí.

—Sea bienvenida a nuestra universidad. —sonrió con amabilidad. —¡Carlos! —gritó.

Enseguida un chico llegó hasta nosotros.

—Ayuda a la señorita Hayward a llevar su equipaje.

El hombre se fue por un momento y el chico me miró y sonrió.

—Hola, soy Carlos. —estiró su mano para saludarme.

—Yo Isabella. —estreché su mano y también sonreí.

—Bien señorita, su dormitorio es... —revisó en su tableta. —Ya, ¿su compañera de dormitorio es Charlotte Reale?

Asentí y la emoción de saber que iba a verla de nuevo se apoderó una vez más de mí.

—Bien, su dormitorio es en el edificio dos, número 155. Su copia de la llave se la entregará su compañera. Adelante. —señaló al chico con su mano.

—Gracias. —sonreí y seguí al chico.

Pasamos por varios edificios, hasta llegar al dos. Pasamos por una cafetería, un aula de música, y la lavandería del edificio, hasta que por fin subimos al ascensor. El chico me iba explicando algunas reglas, como por ejemplo que los hombres tienen prohibido entrar después de las nueve de la noche a los edificios de las mujeres, o que no podemos tener mascotas a menos de que se trate de un pez, entre más cosas importantes y también aburridas. El ascensor se paró y salimos en busca del dormitorio 155.

—145... 147... 149... 151... 153... ¡Aquí esta, 155!

—Bien, te dejo. Bienvenida, fue un placer ayudarte. —sonrió.

—Gracias.

El chico se fue y yo enseguida toqué a la puerta.

—Es muy temprano, largo de aquí. —abrió Charlotte aún en pijama y algo adormilada.

—¡Soy yo!

Entonces brincó y me abrazó.

—¡Eres tú! —gritó. —¡Creí que llegabas hasta el siguiente semestre!

—¡Aquí estoy! —reí.

Después de un eufórico reencuentro, entramos a la habitación. Era espaciosa y linda, aunque aún tenía que decorar mi lado.

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