1. Cuidado con las ortigas, querida.

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Yo no soy tiquismiquis. De verdad, no lo soy. Cualquiera podría asegurarlo, al verme, pero una cosa es no preocuparse mucho del aspecto propio y otra muy diferente dejar que me manden al quinto infierno como si fuera una criminal. Vale, puede que la casa de mis abuelos no sea Guantánamo, pero, demonios. Tengo diecinueve años ya, estoy de vacaciones, ¿tanto le costaba a mi madre dejar que me quedase sola en casa mientras ella se iba a su voluntariado en la República Dominicana? Pues aparentemente sí, porque aquí estoy, en el coche, encerrada, sin salida, sin réplica, sin megas en el móvil porque ya los he gastado todos. Probablemente estéis pensando "Qué coñazo. Otra historia de otra adolescente enfurruñada que se va a aburrir en verano, pobrecita, ea, ea." Bueno, pues si tan anodina os parece mi historia, volved a vuestros ordenadores y móviles vosotros que podéis. Seguid sin mí, yo moriré aquí, en este condado dejado de la mano de Dios de Derbyshire. Mi madre conduce impasible, ignorando mi ceño fruncido, mis brazos cruzados y mis labios apretados. Lo ha hecho deliberadamente durante todo el camino desde Londres, y a mí ya me duele la cara, pero finjo entereza porque a lo mejor así a ella le da un arrebato de admiración por mi fuerza y decide dar la vuelta. Puedo soportar otra tanda de horas interminables dentro de este Honda grisáceo, de verdad, no me importa. Lo único que quiero es volver a mi casa. Pero eso a ella qué más le da, lo único que quiere es pasar los meses de verano feliz en su voluntariado (que no la culpo, ojalá fuera yo también, no por las hermosas playas de la República Dominicana, sino por ayudar a la gente... Esto no es sarcasmo, ¿vale?) y saber que, mientras no está en Inglaterra, yo no destrozo los muebles de su preciado apartamento con fiestas ilegales y... Y ya, porque es lo único que se me ocurre que podría hacer en un caso extremo de rebeldía.

- Al menos no llueve - mi madre abre la boca por primera vez desde que hemos salido de Londres, y oigo en su voz una pincelada de optimismo, como si esperase que, sonando animada, yo me fuera a ablandar. No lo hago. La miro de soslayo, expulso una bocanada de aire por la nariz, y vuelvo a fijar los ojos en el paisaje. Que sí, es bonito, y a la luz del sol de principios de Julio es mejor todavía, pero estoy tan empecinada en no disfrutar de este retiro, que hasta los tejados grises de la capital me parecen más bellos comparados con esta extensión de verde. Verde, verde, verde y nada más. De vez en cuando alguna granja aislada, y, con suerte, la sombra de un pueblo algo más grande a lo lejos, pero eso es todo. Si esto me parece desolador, me obligo a recordarme que la casa de mis abuelos es aún peor. Está literalmente en medio de la nada. De pequeña solía pasarlo bien ahí, porque el jardín es grande y tenían un columpio para mí, pero el culo ya no me cabrá en el tablón y ahora pienso en ese enorme jardín... En la de veces que mis abuelos me van a hacer cortar el césped y podar los setos... Y me invade una pereza... Un sentimiento de pérdida...

- Cambia la cara, o vas a herir los sentimientos de tu abuela - me insta mi madre, tomando un desvío a la izquierda, internándose en un camino pedregoso y levantando polvo a su paso.

- Uy - por un momento temí olvidarme de cómo se hablaba, tanto rato callada-, qué gracia que menciones eso de tener en cuenta los sentimientos de alguien, cuando tú has pasado de los míos.

Mi madre suspira. Veo sus nudillos tensarse alrededor del volante, ponerse blanquecinos.

- Puedes ponerte todo lo difícil que quieras, no vas a volver a Londres hasta que yo venga a buscarte.

- Claro, no se pueden coger autobuses.

- ¿Oh? ¿Tienes dinero escondido en la camisa y no me lo habías dicho?

- ¿No me has puesto ni siquiera veinte libras en la mochila? - me quejo, mirándola directamente ahora.

- No las vas a necesitar. Tus abuelos te comprarán todo lo que haga falta.

Regency coffeeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora