Nacemos, somos seres asquerosamente puros hasta que entramos en contacto con el aire, ya estamos contaminados, dos cosas negras sin forma se mueven por el aire torpemente, pegajosos, y se aferran a nuestra cabeza en forma de burbujas.
Nuestros padres nos las transmiten como nuestros abuelos hicieron con ellos, aunque todos se percatan del horror, gritan ser diferentes. Nadie quiere ser como sus padres.
Lloramos, la primer bocanada de aire, denso y tóxico, ahí nuestro cuerpo empieza a batallar, quiere morir, pero naturalmente, pierde contra el factor natural y el tan anhelado deseo de vida que todos a nuestro alrededor depositan en la nueva, pequeña, horrenda vida nueva que nos fue otorgada.
Ahora no son solo nuestros padres, sus hermanos, sus abuelos, sus amigos, y si tenemos la suficiente mala suerte, nuestros propias hermanos, nos regalan esas manchas negras flotantes, movedizas, burbujeantes, que no tardan en aferrarse a nosotros como parásitos (Porque eso son).
Desde el primer momento cuando nuestros progenitores deciden crear una vida nueva, comenzamos siendo una mancha negra, una parte en la cabeza de nuestro padre, otra parte en la de nuestra madre, así comienza, siendo parásitos.