Saben lo que necesitamos? —Yo me sentaba
entre Eddie y Lissa, en nuestro vuelo de
Seattle a Fairbanks. Como la más baja,
marginalmente, y el cerebro de la operación, había quedado
atascada en el asiento del medio.
—¿Un nuevo plan? —preguntó Lissa.
—¿Un milagro? —preguntó Eddie.
Me detuve y los miré a ambos antes de responder. ¿Desde
cuándo se habían convertido en los comediantes aquí?
—No. Cosas. Necesitamos buenos aparatos si es que vamos a
hacer esto. —Tomé el plano de la prisión que había estado en mi
regazo durante casi todo nuestro viaje hasta ahora. Mikhail nos
había dejado en un pequeño aeropuerto a una hora de la Corte.
Habíamos tomado un vuelo comercial de allí a Filadelfia, y de allí a
Seattle, y ahora a Fairbanks. Me recordó un poco a los locos vuelos
que había tenido que tomar de Siberia para volver a los EEUU. Ese
viaje también había pasado a través de Seattle. Comenzaba a creer
que esa ciudad era una puerta hacia oscuros lugares.
—¿S
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—Pensé que los únicos instrumentos que necesitábamos eran
nuestras agudezas —se mofó Eddie. Él quizás era serio acerca de su
trabajo de guardián gran parte del tiempo, pero también podía
encender su humor seco cuando estaba relajado. No es que estuviera
totalmente tranquilo con nuestra misión aquí, ahora que conocía
más (pero no todos) los detalles. Sabía que volvería a su estado de
alerta en cuanto aterrizáramos. Se había mostrado sacudido de
manera comprensible cuando le dije que liberaríamos a Victor
Dashkov. No le dije nada a Eddie sobre Dimitri ni el espíritu, sólo le
dije que liberar a Victor jugaba un papel más grande en el bien
general. La confianza de Eddie en mí fue tan implícita que tomó mi
palabra y no presionó más sobre el asunto. Me pregunté cómo
reaccionaría cuando supiera la verdad.
—Como mínimo, necesitamos un GPS —dije—. Hay sólo latitud
y longitud en esta cosa. Ninguna dirección verdadera.
—No debe ser difícil —dijo Lissa, girando una pulsera una y
otra vez entre sus manos. Había abierto su bandeja y extendido las
joyas de Tasha sobre ella—. Estoy segura de que incluso Alaska
tiene tecnología moderna. —Ella también se había prendido una
actitud divertida, aún con la ansiedad que irradiaba hacia mí a
través de nuestro vínculo.
El buen humor de Eddie se destiñó un poco.
—Espero que no pienses en armas ni nada de eso.