Por la ventana de su carruaje, Lyra vio pasar a su hermano, montado sobre su dorado corcel. La cara del muchacho resplandecía bajo el sol del atardecer y Lyra deseó de nuevo haber nacido hombre, para poder luchar sin que nadie se quejara por ello y ser libre como su hermano.
Habían hecho gran parte del viaje en un palacio de dos pisos tirado por una docena de caballos, pero una de las sujeciones se había roto y se vieron en la necesidad de un carruaje normal, en el que viajaban también su madre y su hermana pequeña, Myrcella, que se había dormido con la cabeza apoyada en el respaldo y la boca un poco abierta. Su madre, curiosamente, estaba en silencio.
—Madre -la llamó Lyra, cuidadosa—, ¿falta mucho para detenernos? —los muslos comenzaban a pincharle después de tantas horas sentada sobre sus capas y capas de enaguas.
—Tu padre ha dicho que llegaríamos hoy. Ya anochece, deberíamos habernos detenido ya de tener que levantar el campamento.
Efectivamente, pronto comenzaron a aparecer pequeñas pero robustas edificaciones y, al asomarse, Lyra vio los muros del castillo. Llevaban días de viaje, montando y desmontando campamento con cada amanecer y cada anochecer. Los primeros días resultaron entretenidos: grandes y abundantes cenas, paseos por el bosque con su tío Tyrion, el cambio de paisaje por su ventana... pero, pronto, todo aquello había terminado por aburrirla sobremanera. Así como a su hermano le permitían cabalgar a lo largo de la comitiva, ella debía permanecer en el carruaje. Había intentado ir aquel día con su tío, pero su madre dijo que ya era suficiente el tiempo que pasaban juntos.
Aún había claridad cuando la comitiva se detuvo y el carruaje de Lyra la atravesó. Cruzaron las puertas del enorme castillo que era Invernalia, se detuvieron, y Lyra casi cae al apearse antes de que el cochero ofreciera su brazo como apoyo. El frío la golpeó como miles de agujas clavándosele en el rostro, y se arrebujó en el manto de pieles que llevaba sobre los hombros. Cuando fue al fin capaz de abrir los ojos sin que le llorasen por el viento helado que le movía el cabello, observó detenidamente a su alrededor.
Los muros eran de piedra gris, tan fría como el ambiente, y todos vestían con colores apagados que contrastaban vivamente con el oro y la plata que corrían entre las gentes de Desembarco del Rey. Frente a ella había una pequeña comitiva con un estandarte de la casa Stark, el lobo huargo sobre fondo de plata y, en el centro, los lores de las nieves se erguían como estatuas de hielo.
La figura central, supuso, era Eddard Stark. El largo cabello castaño estaba recogido en una coleta baja y tenía la corta barba surcada de canas; no le resultó difícil reconocer en él al hombre valiente y pétreo de las historias que su padre le contaba sobre los días de la Rebelión, dieciocho años atrás, cuando la casa Baratheon se hizo con el trono de hierro tras derrotar a Aerys Targaryen, el rey loco, y terminar con su dinastía. Junto a lord Stark estaba Catelyn Tully de Aguasdulces, de cabellos rojizos y rostro dulce. A su alrededor se encontraban diseminados los herederos de la casa: un niño pequeño, Rickon; Bran, de la edad de su propio hermano Tommen; Arya, que supuso tendría la edad de Myrcella, y Sansa, que parecía tener la suya. Y por fin miró a Robb Stark, su prometido. Era un chico alto y fornido bajo el jubón grueso con el emblema familiar y la capa de piel, de cabello y barba rojizos como su madre y unos intimidantes ojos azules que evitó mirar en todo momento.
Cuando la familia Lannister se hubo agrupado, el rey Robert avanzó hacia los Stark y ahogó a lord Eddard en un abrazo que, seguro, hizo crujir sus huesos de hielo.
—¡Ned! ¡Cómo me alegro de verte! ¡Sigues igual, no sonríes ni aunque te maten! —El rey lo examinó de pies a cabeza y soltó una carcajada—. ¡No has cambiado nada!
Lyra observó a los dos hombres y, si bien había sido capaz de ver un héroe de cantares en Eddard, no fue capaz de verlo en su padre, que se balanceaba de un lado a otro por su propio peso. "Dirigir un reino abre el apetito, hija", solía decirle, "imagina dirigir siete".
—Alteza —fue su saludo, y a Lyra le sorprendió el tono de su voz, sosegado y solemne pero muy profundo—. Invernalia está a vuestra disposición.
—Llévame a tu cripta, Eddard —dijo el rey a su anfitrión antes incluso de las formalidades de recibimiento—. Quiero presentar mis respetos.
Su padre le había hablado mucho de Lyanna Stark, hermana de Eddard, a quien había amado más que a nadie y con quien debía haberse casado si Raeghar Targaryen no se la hubiese llevado de su lado, para ella morir poco después. La había descrito siempre como una joven mujer de belleza incomparable: piel pálida como la leche de una madre, ojos como el cielo al amanecer invernal y cabello como ala de cuervo. La mirada del rey brillaba como nunca cuando hablaba de ella.
Ambos hombres se despidieron y echaron a andar. La reina avanzó un paso para saludar a Lady Catelyn mientras Lyra buscaba a su prometido con la mirada y se encontraba de lleno con la suya. Trató de sonreír.
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The Lionhearted Deer | Juego de Tronos
FanfictionReyes contra reinas. A la muerte del rey Robert Baratheon, Robb Stark no tarda en autoproclamarse Rey en el Norte, apoyado por la casa Baratheon gracias a su matrimonio con Lyra Baratheon, melliza del rey Joffrey. En las Islas del Hierro, tambi...