Hay veces en las que vas a aquella cafetería que te gusta tanto. Te sientas en esa mesa de madera que luce tan rústica que te encanta. Pides casi lo siempre, chocolate caliente, el que ofrecen es totalmente sublime, punto exacto de espesor. Entre cada sorbo va llegando más gente y te entretienes viendo a los demás intentando crear una historia para cada uno, tratando de adivinar su personalidad y carácter por la forma en que se mueven, ríen o hacen gestos. Por ejemplo, está esa chica en la mesa de al lado, intentando avanzar su trabajo en lo que llega su café. Su mirada se pierde en la pantalla de su laptop, se le ve muy concentrada, a penas y presta atención a lo que sucede a su alrededor. Un joven acaba de entrar en la cafetería, parece que busca a alguien y en el preciso instante que la ve, ella levanta los ojos de la pantalla y le regala una inmensa sonrisa. Él se acerca a ella con los brazos abiertos, mientras ella, impaciente, camina a su encuentro hasta que unos brazos la envuelven dulcemente, él le roba un beso y la vuelve a abrazar. Se dirigen a su mesa y él se sienta el frente de ella. Desde dónde estoy se puede escuchar que hablan sobre cómo estuvo la mañana del otro...
Y ahí está, aquel sentimiento que creías haber enterrado en el olvido hace mucho, pero que en este momento te demuestra lo contrario. Vuelve aquel anhelo de ser tu quien reciba ese abrazo, el regreso de esos sentimientos que te van quebrando por dentro. El deseo de ser tu aquella chica con la laptop y tener a alguien que te mire de la forma en la que él la mira a ella.
Bendito corazón terco!! ¿No podemos olvidar todo por una maldita vez? Creí haber entendido muy bien que no debía volver a revivir aquellas emociones. Él se había ido sin molestarse en mirar atrás, ¿No debía hacer lo mismo? ¿No es lo que me corresponde hacer?
