El jardín

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Era una hermosa tarde lluviosa en Albacete, las gotas de agua repicaban en una depresiva tonada sobre el chasis del automóvil, golpeteaba con mis dedos el volante al son de la musiquilla que se habia creado en mi cabeza. Desde hacía años que no habia puesto un pie en la ciudad que me habia visto nacer y crecer. Me habia estacionado al norte, entre las bodegas, disfrutando del olor de la tierra mojada, en ningún lugar tenía el olorcillo de Albacete.

Habia decidido partir a los veinte años de casa, conocer el mundo, aprender de las demás personas, partí con una mochila enorme a mis espaldas y el corazón en la mano, a conocer Madrid, Barcelona, ciudades francesas e inglesas, China y las Filipinas, México y Argentina, una sed de aventura me llevó a tener las segundas mejores experiencias y emociones de mi vida, pero en todos esos viajes, la tierra mojada nunca olió igual a la de Albacete, las melodías de la lluvia no sonaban de la misma manera, la luna no era tan expresiva, ningún lugar, se comparaba a casa, ni la gran vía, ni la sagrada familia, ni Dublín, ni Holbox ni el rio de la Plata me habian dado una mejor sensación que la que era estar en casa, aunque eso no significaba que odiara los atardeceres del caribe o la cerveza irlandesa, amaba cada lugar como un segundo hogar. Habia conocido tanta gente, tantas culturas, cada mente, era una riqueza que nadie jamás podría arrebatarme.

Cuando era pequeño mi padre solía llevarme con mi nana Rosa a beber cola cao y a jugar en el jardín, que era, para mí, el jardín más hermoso que habia visto, era tan colorido y el ambiente estaba perfumado de rosas y geranios, el cual se acrecentaba cuando llovía, pero lo tenía adornado con piedras y nunca faltaban las caídas y a mi nana curándome mágicamente con el "sana, sana, culito de rana". Cada dia que íbamos a casa de mi nana podíamos verla acicalando su jardín, agachada entre los rosales para quitar los cardos, entre los geranios cantándoles canciones de cuna, si alguna vez quería arrancar una sin que se diera cuenta, y siempre se daba cuenta, recibía un ligero golpecillo en la mano, "no vais a andar arrancándome los rosales niño, que a esta edad es en las pocas cosas que puedo ocuparme", a esa edad no entendía bien, después comprendí que mi nana era ya mayor, no tenía las mismas energías que yo y no le quedaba más que cuidar de su jardín desde que mi tata habia muerto y mi madre, su hija, lo habia acompañado aquella mañana de abril, siendo arrollados por un camión de fruta... Mi padre aun así visitaba a mi nana y se querían, quizás porque compartían una perdida, quizás porque solo se tenían a ellos mismos, quizás porque me compartían a mí. Mi nana era una mujer sencilla, siempre llevaba vestidos holgados estampados, mantenía sus tazas de cerámica en un estante en la cocina y las limpiaba de vez en vez, esa mujer podía maldecir como el mismo demonio y seguir temerosa de dios "anda niño, que debéis rezarle al ángel guardián". Hace apenas ocho años, cuando aún exploraba aldeas filipinas, recibí la llamada de mi padre, mi nana habia tenido un infarto y estaba hospitalizada. Tome el primer vuelo que pude conseguir y llegue en la mañana directo hasta donde estaba, tome la mano de mi nana y me sonrió ampliamente, parecía más viva que nunca, la camilla y la bata le quedaban de mas, "mi niño que ya habéis llegado, le he dicho a tu padre que no debió haberte preocupado, que yo estoy bien, que soy como los cardos del jardín, nomás que no me muero", solté esa vez una risilla tonta, le di un beso en la frente y ella comenzó a temblar, despacito, apretó los labios y cerró los ojos, no me di cuenta sobre lo que paso después, pero habia tenido un infarto fulminante. El dia en el cementerio no pude dejar de llorarle, habia estado dos años sin ella y la habia vuelto a ver solo para despedirme. Me acerqué para dejarle una rosa y un geranio, parecía dormida, acostada e inmóvil, sus labios bien rojos y sus mejillas coloradas, un vestido blanco de perlas la vestía, se veía tan preciosa, tan paciente, como si en algún momento a otro se fuese a despertar diciendo alguna que otra palabrota, "sana, sana, culito de rana" le dije, pero su magia se habia esfumado con ella. Le eché un último vistazo antes de despedirme eternamente y lanzarle un puñado de tierra que habia traído desde su jardín, ese dia la lluvia sonó triste por primera vez.

Mi padre habia sido un tipo duro de esos que solo usaban camisas de franela, tenía las manos tan rugosas como papel de lija y tan cuarteadas tal desierto en sequía, aun así acariciaba de pequeño mis mejillas, "viejo bruto, que le vais a hacer daño al chaval" exclamaba siempre mi nana, nunca me hizo daño. Una sola vez vi a mi padre llorar y me dijo que no siempre podía ser tan fuerte como él quería, pero que no estaba mal si alguno lloraba, demostraba cuanto te importaban las cosas, esa vez habia llorado porque extrañaba a mi madre y no se detuvo hasta quedarse dormido, nunca hablamos de eso en realidad, y le respetaba. Después de que me fui a explorar el mundo llamaba a mi padre todos los días, sin falta, mi padre apenas si podía contestar el teléfono, se refería a él como "el aparato ese", me preguntaba porque no le habia comprado uno con solo dos botones, el verde y el rojo, que no necesitaba más, pero yo habia querido devolverle un poco de las muchas cosas que me habia dado... estaba errado, una tarde de cubatas con él le hubiese caído mejor que mil teléfonos, pero no se la habia dado. Mi padre era una persona, que al igual que mi nana, podía maldecir como el infierno si le molestaban, pero siempre me reprimía si a mí se me salía alguna palabrota, le preocupaba que saliera ignorante como él "solo los gilipollas tiene un vocabulario tan pequeño", me decía y tenía razón, mi padre era un hombre sabio, que habia pasado por toda clase de cosas y seguía buscando enseñarme lo mejor de él, "no andéis juzgando, como si alguien tuviera la verdad absoluta", "anda que debéis respetar a todos, desde el más pobre hasta el más rico", "chaval que no hay mejor paz que la sinceridad", "tu profesión te vuelve rico en espíritu", mi padre entonces, me habia convertido en la buena persona que todos decían que era, pero yo no era una buena persona, yo solo era una persona tratando de dar lo mejor de mí. A mi padre también le habia dolido la muerte de mi nana, le vi cabizbajo los días posteriores a mi partida, pero aun así me despidió con una sonrisa en la cara "sonríe, que le puedes alegrar el dia a alguien".

Una noche regresé de sorpresa, habia volado desde México para regalarle a mi padre una enorme botella de tequila, se habia puesto feliz más por verme que por el tequila, le habia visto una sombra en los ojos y menos cabello, pues como no, si habia estado ausente por siete años, y solo habia visto a mi padre en fotografías, que casi siempre eran tomadas accidentalmente por la cámara de frente del teléfono cuando mi padre quería tomarle una foto al jardín de mi nana, del cual él se habia hecho cargo desde entonces.

Dos meses después me enteré que mi padre tenía cáncer, él lo sabía desde hace años. Se quedó en el hospital desde entonces, yo parecía vivir ahí también, solo regresaba a casa para bañarme y continuar cuidándolo. Un dia regresé y mi padre me observaba fijamente, tenía los ojos vidriosos, todo su cabello habia abandonado su cuerpo, me apuntó torpemente a la mesita de noche, donde habia un vaso y una jarra llena de agua, le serví un poco y le ayude a beberla, sus labios estaban blancos y muy secos, raspaban contra el cristal del vaso y sabía que ni toda el agua del mundo lo haría mejorar. Extendió su mano contra mi mejilla y la acarició, "estoy orgulloso" dijo, y sus mejillas entonces perdieron el color, mi corazón se detuvo un momento mientras la mano de mi padre me raspaba la piel en su caída, de sus ojos salió una última lagrima y de un momento a otro se habia desvanecido, un pequeño pedacito de mí habia sido arrancado, solo tomé la mano de mi padre y la apreté fuertemente, le susurré que lo amaba al oído y me acosté en su pecho, con la esperanza de escuchar su corazón latir... enterré a mi padre con su camisa de franela favorita, de color verde muy oscuro y líneas negras, junto con el tequila que nunca abrió y toda mi voluntad.

Conduje hasta la parte desolada de la ciudad con una sola intención, mi soliloquio solo confirmaba mi situación. El jardín de mi nana ya se habia secado por completo, la luna estaba saliendo y ya no me parecía la de mi hogar, el olorcillo de la tierra mojada me era nauseabundo sin el acompañamiento de las rosas y los geranios, Albacete ya no era mi hogar. Derrame unas cuantas lágrimas y tome el revolver entre mis manos, al final yo era el único que podía arrebatarme todo lo que habia logrado.


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