Mi abuelo cumple su palabra de despertarme temprano. Exactamente a las ocho y media de la mañana, haciendo gala de una puntualidad que sólo un inglés podría desplegar, sus pasos fuertes invaden mi habitación, pero me sacude el hombro con una delicadeza que esperaría de cualquiera menos de él. A través de mis legañas puedo ver sus intensos ojos azules, muy vivos y despiertos, como si hubiera nacido para levantarse con el sol. Sol que, por otro lado, hoy no parece querer honrarnos con su presencia. Por la ventana de mi habitación apenas entra la luz de la mañana, y al girar la cabeza hacia allí, me doy cuenta (lentamente, porque todavía estoy adormilada) de que espesas nubes de color gris oscuro cubren el cielo. Me levanto despacio y me froto los ojos; mi abuelo todavía me mira, expectante, como si estuviera esperando a que saltara de la cama, diera una palmada y gritase: "¡ME ENCANTA DESPERTARME PRONTO!"
- Aséate y baja a desayunar - me indica mi abuelo-. No querrás que tus huevos se queden fríos.
Niego con la cabeza y pongo los pies en el suelo. Sólo entonces él me deja sola para que pueda vestirme y peinarme. Me acerco a la ventana para abrirla; no son muchas las ocasiones que tengo de que en mi cuarto entre aire limpio del campo. La mañana está fresca, y desde fuera me llegan los sonidos de los pájaros, saltando de rama en rama y piando entre las hojas de los árboles. No se oyen estas cosas en Londres, admito para mí misma mientras abro las puertas del armario. Elijo unos vaqueros que, extrañamente, no tienen las rodillas rotas, y la única camiseta de un color diferente al negro que me he traído. Ya vestida, bajo las escaleras. Al llegar al piso de abajo, un delicioso olor, una mezcla de aromas, llega hasta mi nariz. Oigo trajín en la cocina y camino hacia allí con las manos metidas en los bolsillos de los vaqueros. Mi abuela está retirando una tetera del fuego justo cuando entro, y mi abuelo coloca una cesta con pan (pan de verdad, de hogaza, no de molde como el que comemos en mi casa habitualmente) recién tostado en la mesa. Mis ojos recorren la superficie de madera con cierta incredulidad; hay una bandeja con huevos revueltos y bacon y tomates abiertos por la mitad, horneados, una jarra con zumo de naranja, la cesta de las tostadas, un bote de cristal con mermelada de frutos del bosque que a todas luces es casera, un platito con una barra de mantequilla, y tazas de porcelana para servir el té. Han sacado el juego completo: lecherita, azucarera, cucharillas, toda la panda.
- Buenos días, tesoro - saluda mi abuela con su siempre dulce sonrisa, acercándose a mí y dándome un beso en la mejilla para saludarme. Mi abuelo le retira la silla para que pueda sentarse y ella aprieta su mano con cariño. Vuelvo la vista hacia otro lado, sin querer invadir con mi curiosidad ese momento íntimo entre los dos. Me viene a la cabeza algo que mi madre solía decir: "Si hubiera podido, yo hubiera querido a tu padre como tus abuelos se quieren el uno al otro."
Intento no pensar en ello demasiado, sentándome a la mesa.
- Normalmente desayuno un cuenco de cereales y leche - comento, dejando que mi abuela me sirva té en mi taza.
- Aquí vas a llevar una vida sana y completa - dice mi abuelo, poniendo en un lado de su plato dos tiras de bacon, unos pocos huevos revueltos y dos mitades de un tomate horneado-. No entiendo esa tontería de comer como un pájaro, incluso por las mañanas. Con todo lo que hay que hacer durante el día, se necesitan fuerzas.
- ¿Y hoy qué voy a hacer? - pregunto mientras cojo una rebanada de pan y la unto de mantequilla y mermelada. Algo me dice que mi abuelo ha planificado mi día por mí.
- Llevarte a Bert de paseo - responde él con simpleza, empezando a comer-. Te he preparado un mapa con las rutas que tienes disponibles alrededor de casa y que se internan en el campo. Podrías llegar caminando hasta Peveril Castle, pero te llevaría unas horas, y luego tendrías que volver...
- Me parece que hoy va a llover - murmura mi abuela por encima de su taza de té, mirando de soslayo primero a la ventana de la cocina y después a mi abuelo.
- El agua es agua - replica su marido con calma-. Si es buena para la tierra, es buena para las personas. Lo máximo que puede pasarle es que se resfríe. Pero no te preocupes, Maggie, le dejaré uno de mis chubasqueros.
Yo escucho en silencio mientras como. Parece que mi abuelo pretende tenerme dentro de la casa el menor tiempo posible, incluso con la amenaza de lluvia sobre mi cabeza. No me voy a quejar; no quiero ser una molestia para nadie, y ellos tienen su vida organizada, es evidente que yo no entro en el planning de cada día. Desayuno callada (aunque mi mente y mi corazón están cantando, porque hacía años que no desayunaba así de bien) y, como ayer, friego los platos. Mi abuelo me insta a lavarme los dientes y volver a bajar en menos de tres minutos, y obedezco con precisión militar. Abajo, en la entrada, él me espera con un viejo chubasquero de color gris y unas botas de agua que sé que me irán algo grandes. Bert aguarda sentado, moviendo la cola hacia los lados incluso en el suelo. Mi abuelo me tiende también un largo bastón de caoba para que pueda apoyarme al caminar y que así note menos el cansancio del paseo.
- ¿Llevas tu móvil encima? - me pregunta mientras saca la capucha del chubasquero por fuera.
- Sí, pero no tengo datos.
- Eso da igual - algo me dice que no tiene muy claro lo que son los datos-. Es sólo para que controles la hora. Vuelve cuando sea tiempo de almorzar aunque no hayas llegado al final del camino, ¿entendido?
- Sí.
- Bien. Ahora, fuera, vosotros dos - el abuelo nos abre la puerta a Bert y a mí. Al pasar por delante del espejo de la entrada, me doy cuenta de algo: sólo me falta una barba postiza para poder hacer un cosplay de Gandalf. Bert parece mucho más dispuesto a iniciar el camino que cualquiera de los hobbits del Señor de los Anillos; supongo que eso habla en su favor.
La extensión verde me recibe, invitándome a perderme.
Suena un trueno en la distancia.
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Regency coffee
FanficVictoria piensa que este verano va a ser el más duro, aburrido, largo y tedioso de toda su vida. Su madre la ha mandado a casa de sus abuelos, que viven en el campo, donde no hay WiFi, los datos del móvil llegan lentos, y el centro comercial más cer...