Preliminares

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Te deshacías en suspiros. Eran sorbos de vida que ibas exhalando de a poco; cuenta gotas no más que repetías con el ánimo frecuente de no perder la costumbre. Parecías vacía, casi ausente, traslúcida e inofensiva, con los ojitos tumultuosos de líquido, a punto del alarido. Y yo, absorto, anhelaba con frecuencia visión de rayos equis para escanear las posturas de tu enigma. Y me dediqué a justificarte en palabras con demasiada frecuencia. Arqueología mis modos de proceder; ortodoxas mis maneras literarias para esbozar panfletos metafóricos a la distancia, justo, para cuando decides no volver. No entiendo aún a razón de qué dijiste eso del chico extraño de tu facultad que descubría en todo, lo efímero; y se plantaba frente a ti en la cafetería para mirarte con ahínco porque quizá le gustabas demasiado desde siempre, y nunca lo habías mencionado para que no me molestara por tonterías. Ahora sucedía que el asunto se había salido de manos y te enviaba historias que él escribía para una chica ficticia, que a fin de cuentas viniste a ser tú, y lo hacía a través del Facebook. Me sorprendí al ver tal cantidad de palabras en párrafos y fechados por días consecutivos. Todos tratando de lo mismo. Reincidentes en la elaboración de la misma metáfora. Los leí con gracia moviendo los labios y gesticulando sonrisitas. El tipo era bueno; usaba adjetivos clásicos de modo original, casi acompañándolos de ritmo. Y mi enojo hizo aparición. Maldito. Te vi en sus sueños, y sus manos conteniendote; abarcandote toda con el corazón rebosante al borde del estallido. Jamás sentí miedo como aquélla vez, y cada que lo rememoro como ahora, no entiendo por qué él sin conocerte te entiende tan bien.

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