Suculentos perniles asados redundando en su caldo, intentabas cocinar practicando en las afueras del patio. Fueron, eran y son ideas extrañas de vegetariana. Desde las entrañas. Y es que ni consciente eras, a eso se debía que en toda oportunidad buscases el modo inaudito de sonambulizar tus actos. Y allí estaba yo, con regla en mano, de madera, y ejecutaba posturas regias de militar para enderezar esas mañas. Luego, recitabas arrepentida, como versos en soneto, todas las palabras raras que con mi escritura te había enseñado, y yo sonreía, claro. Entonces de canela fueron ya tus besos, y provocativo el almuerzo de asado de cordero con hojitas de orégano.