Causa jamás hubo. No una que pudiese comprender como se supone comprenden quienes después de vivir todos los acontecimientos de una vida, les alcanza para llamar cada cosa por su nombre como corresponde. Mi causa casi siempre fue su causa, y desde la distancia necesaria con la que acometíamos los distintos actos naturales de saludarnos y dejarnos esos regalitos especiales con anécdotas e historias, al acento de cada lectura, en particular, se reconocía a unos personajes ajenos a nosotros viviendo nuestras vidas; era algo que me gustaba porque me hacía sonreír y llenaba de magia los días grises de mi vida.