Dirías entonces cosas extrañas sobre el asunto ese de estarte peleando con la maestra por ponerle un título demasiado poético a la tesis de grados, y no lo aceptabas porque sería reconocer la derrota. Obstinada como ninguna otra en tu familia. Ya bien lo decía tu abuela aquélla vez que me llevaste a comer bizcochuelos con café a su casa. Insistía en la testarudez de alguien tan bella. Y sí que lo eras; idéntica a esa abuela tierna que me adoró nada más al verme. Me tomaba de las manos y me llevaba a ese cuartito donde solía bordar para mostrarme los álbumes de fotografías de tu familia. Y allí estabas, eras una bebé regordeta de cachetes rosa ataviada con vestidos pomposos, parecías un repollo. Me llamaba por mi nombre completo, una y otra vez y sonreía cerrando los ojos. Sé que te dijo que deberías tratarme un poco mejor y no molestarte por tonterías, a lo cual correspondiste con una dulce sonrisa. En ella confiabas demasiado; incluso ibas para refugiarte de todo y todos, la abrazabas y ella te cantaba nanas que siempre tarareabas cuando eras feliz conmigo. Y aquel día de aquella tarde cuando volvías de la Universidad, no fuiste a casa, ni me llamaste a mí, fuiste donde la abuela y ella te hizo comprender, con su longeva sabiduría maternal, que las tesis con títulos poéticos, no son importantes en las vidas de muchas personas, incluida tu profesora de economía.