A LA MEMORIA DE UN PADRE MALVADO

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Aquí estás frente a mí, triste despojo
y no siento por ti ni amor ni odio,
no sé si la dureza en que me acojo
me ubica sobre ti como en un podio.

Es que siento tal vez, que lo que hiciste
de mi vida, de infancia destrozada
me ha dejado una huella sólo triste
y un alma taciturna y despiadada.

Y aquí sin nada, sin lazos, sin afectos
que pudieran zanjar nuestra distancia
sólo bullen y brotan tus defectos
que fueron sufrimientos de mi infancia.

Aquellos latigazos en mi espalda,
los golpes que me diste sin empacho;
ese dolor que a mi recuerdo escalda
me marcaron tu estirpe de borracho.

Tu tacañez, tu estupidez, tu fobia,
tu machismo absoluto e intocable
me marcaron con marca que me agobia
por tu actitud infame y deleznable.

Por eso aquí, ante tu cuerpo inerte,
te miraré partir con mi desprecio
insensible a tu sino o a tu muerte.
Esto es lo que lograste, ése es tu precio.

Porque en mí nada existe que te extrañe
no siento nada ante tu cuerpo yerto
sobre ti no hay ni sombra que me atañe
sólo desprecio inmenso, ciego y cierto.

Sólo desprecio, sí. Hoy lo comprendo.
Ni mencionarte puedo como padre
después que hiciste mi destino horrendo,
mi destino, y también el de mi madre.

Mi madre, que abnegada y soportando
tu maltrato tan vil, tan iracundo,
no soportó su cruz, se fue apagando,
y al fin dejó su miserable mundo.

Mis hermanos y yo, por la vida rodando;
y tus cuates y tú, tomando mucho vino
y todos los actores nos fuimos alejando
siguiendo cada quien los pasos del destino.

Yo logré superar el trauma amargo
que marcó mi niñez con firme aliento.
De ti no supe más, sólo ausencia y letargo.
Indiferencia, ahora, es todo lo que siento.

La vida yo he vivido con mesura
me casé, tuve hijos, soy dichoso
a todos ha servido mi ternura
y disfruté el amor maravilloso.

He volcado en mi esposa y en mis hijos
cada instante, cada noche, cada día
nobles instintos, sentimientos fijos
y el poco amor que en mi existencia había.

Y ese amor fue creciendo. ¡Ardua lucha!
yo gané con amor sus corazones
y la piedad al fin se me hizo mucha
y terminé ganando sus razones.

He dado a los demás lo que no tuve,
comprensión, atención, amor sublime
al mismo tiempo mi autoestima sube
y el conflicto de mi alma se dirime.

Sin embargo, por ti no siento nada,
nada que pueda parecer aprecio
en mi vida tu imagen malhadada
sólo me inspira sequedad, desprecio.

Fuiste tú triunfador con fuerza bruta
sobre indefensos seres doblegados
sólo dejaste daños en tu ruta,
sólo resabios en todos bien ganados.

Con tus azotes diarios me traumaste
tanto así, que no sé cómo es que existo
la furia que en nosotros descargaste
me hizo no creer jamás en Cristo.

Tal vez también por eso no he podido
incluir al perdón mis avatares
me volviste insensible a lo vivido
alejándome así de los altares.

Muchas veces pensé dejar el mundo
clavándome un puñal dentro del pecho
al verte que llegabas iracundo
para azotar a todos sin derecho.

Por eso en el horror de mi suplicio
destrozaste la fe que yo tenía,
Dios nunca pudo moderar tu vicio
Ese Dios en que en vano yo creía.

Tú me robaste todo, todo, todo,
con tu infame rencor, burdo, asesino.
Mi corazón traumaste de tal modo
que me niego a creer en lo divino.

Ya de grande yo nunca pude hallarte
para estar frente a ti de hombre a hombre
para poder por fin a ti pagarte
con la misma moneda, aunque te asombre.

Y tal vez fue mejor, hoy que lo pienso
porque en aquellos tiempos yo te odiaba
pudiera ser que mi rencor inmenso
se manchara en tu sangre despreciada.

Pero ya no hay rencor, ni odio, ni nada,
hoy que miro impasible tu carroña;
la deuda que dejaste está saldada
ya nunca más el odio me emponzoña.

Sólo siento en el alma gran vacío,
no me remuerde nada la conciencia,
si de tanto sufrir he sido impío
hoy me queda nomás... indiferencia.

Si existe Dios, si acaso me está viendo,
no le voy a rezar, se me ha olvidado,
mas le quiero decir que estoy haciendo
todo, para olvidarme del pasado.

Mas no pido perdón, no me arrepiento,
al pasado sepulto en el olvido
si merezco castigo a lo que siento
ha de ser que lo tengo merecido.

"No es padre, el que te da su sangre;
sino el que te da su vida"

Efraín Alatriste Nava

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