Como cada noche, me toca hacer juegos malabares con un gancho de hierro, para poder bajar las persianas del restaurante.
— ¿Por qué se empeñará Carlos; el encargado, de que nos ocupemos Anna y yo? Creo que lo hace solo por joder o para mirarme el culo —Pienso echándole una mirada fugaz.
Al final; no sin esfuerzo, logro bajar la maldita persiana. Las placas de metal reverberan y chocan contra el suelo con un estruendo, que me hace rechinar los dientes. Él está detrás, con la mirada fija en mí, o al menos en una parte de mí. En la parte que esconde y atesora las carnes prietas de mi trasero, embutidas en mis ceñidos shorts tejanos. Realmente sé lo bien que me quedan, pero eso no quiere decir, que me haga gracia que Carlos mire tan descarado. Echo el candado y le entrego las llaves. En ese momento nuestras manos se rozan y trato de apartarla, pero antes de poder reaccionar la sujeta entre la suya. Está sudada y me hace ver cuánto me repugna este tío. Me contengo sin retirarla. De momento...
—Si quieres te acerco a tu casa, Sofía —Dice soltándome al fin de la mano.
—No —Contesto tras carraspear —Vivo a tan solo unas cuantas calles, ya sabes —Consigo decir mientras dejo que las palabras floten en el aire.
Aunque él no sabe. No tiene ni la menor idea. De hecho, nunca le he dicho donde vivo exactamente —Hay algo en Carlos que no me inspira la suficiente confianza —Pienso cabizbaja.
— ¡Hasta mañana pues! ¡Misma hora, mismo lugar! —Trata de bromear con una risita de lo más estúpida.
Con una mueca en la boca, finjo algo así como una sonrisa a modo de respuesta, aunque de haberme mirado al espejo, probablemente me habrían entrado escalofríos.
—Sofi, ve con cuidado. Tesoro- –Dice con un hilo de voz.
—Y tú, emm... ¡Carlos! –Digo a modo de despedida sin saber muy bien que añadir
– "¿Cómo me acaba de llamar este idiota? ¿Tesoro? A mí solo me llama Sofi mi abuela, ¡pedazo de cafre!" –Pienso, haciendo acopio de todas mis fuerzas para no patearle el trasero en ese momento.
Me alejo dando zancadas innecesariamente largas y me pierdo entre el laberinto de calles. Tras andar unos cuantos cientos de metros, me detengo y miro disimuladamente hacia atrás, a fin de asegurarme que, al imbécil; como he empezado a llamarlo, no se le ocurre seguirme.
Una vez aplacadas mis ansias de sangre, logro respirar aliviada. Me tranquilizo, o al menos una parte de mí, la más confiada. Comienzo a pasear por las angostas callejuelas del casco antiguo, mientras los adoquines de piedra hacen retumbar las pisadas de mis zapatos y las luces amarillentas de los farolillos, dan a mi rostro un aspecto enfermizo y sombrío.
La brisa acaricia tan suavemente el vello de mi nuca, que me siento flotar. Se me alborota el pelo, aunque no me molesta. El viento lo hace de una manera sumamente delicada, me recuerda a las manos suaves de la clase de amante, que solo sería posible en mis fantasías más íntimas.
Atravieso una tras otra la zona de bares, repleta de jóvenes y música a todo volumen. Es el ciclo nocturno de cada fin de semana. Todo es alcohol y risas. Casi envidio su felicidad, aunque una parte importante de mí, sabe que la mayoría de esa euforia es temporal. Un estado de felicidad acentuado por la bebida y otras cosas. Casi veo las hormonas revolotear, como mariposillas hambrientas en busca de sexo.
Apenas acabo de cumplir treinta años y veo, que allí yo soy la extraña. Una náufraga desdichada que vagará a la deriva, hasta que la marea se digne a devolverla a la costa. Como una ballena varada, una ballena treintañera, a la que ya no le apetece salir de casa. Camino lo más rápido que puedo, esquivando gente. Necesito salir de aquí.
Al poco toda aquella algarabía se convierte en un simple murmullo. Lo dejo atrás y en mi cabeza todo se convierte en cenizas blancas. Tras una transición de bares, plazas y monumentos, llego a una zona más retirada. Se ve poca gente; es lo normal a estas horas. Ando con cierto recelo, pues de noche todas las miradas me parecen resbaladizas y turbias.
Por suerte ya estoy cerca de casa. Me golpea una racha de aire algo menos sutil que las anteriores y siento un poco de frío. Abrazo el bolso contra mi pecho a fin de entrar en calor y protegerme. A fin de cuentas, una chica andando sola a altas horas de la madrugada... Nunca se sabe. No puedo evitar que se me escape un escalofrío.
Me ha parecido oír unas voces que gritaban y no eran precisamente agradables, así que aminoro la marcha. Mejor será que vaya con cuidado. Al girar una esquina me encuentro con la siniestra visión del esqueleto de un edificio abandonado, al frente, unos chicos borrachos fuman "yerba". A pesar de que sus ojos lucen una mirada despiadadamente adulta, sé que ninguno alcanza la mayoría de edad. Con movimientos lentos y perezosos comienzan a fijarse en mí, ahora soy el centro de sus chanzas. Me hablan, tratan de cortarme el paso, pero sigo mi camino a través de la nube de humo que escupen sus cigarrillos. Cada vez camino más rápido, huir de allí se convierte en una necesidad. Oigo cómo en un primer momento me llaman con un tono de voz, que incluso me llega a resultar seductor. Pero no me giro, sigo adelante sin detenerme. Luego; conforme me alejo, comienzan a gritarme, que soy una estrecha y puta. Me río por dentro.
—"vaya cantidad de contradicciones en un momento, ¿no?"
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La ventana de Sofía
RandomTodos los derechos. Registrado en Safe Creative. Buenas! me presento Soy Raúl y estoy muy contento de poder publicar mi primer relato. La historia en sí, trata del poder sobrenatural de los sueños y sus terroríficas repercusiones, cuando te alcanza...