Ángeles o demonios
Llegó temprano .La casona estaba cerrada como siempre. Tuvo que esperar que la señora decidiera bajar las escaleras para abrirle.
Afuera había sol, elemento que la piel de la señora no toleraba pero ella disfrutaba del calor de la mañana así como del aire fresco de la noche que aún no se había calentado.
La puerta se abrió, no parecía haber nadie para hacerlo. La señora acostumbraba cubrirse del afuera escondiéndose detrás de ella.
Entrar era igual que traspasar un portal a otra dimensión. La penumbra, el silencio y el olor a humedad le estrujaban el corazón siempre que entraba a esa casa.
Sin decir palabra la señora cerraba la puerta y volvía a su habitación en el primer piso.
Ella seguía su camino a la cocina donde su primera tarea sería preparar un desayuno para tres; llevarlo al recibidor del primer piso y dejarlo en una mesita al lado de la puerta de la señora.
Nunca entendió porque tres tazas, seis tostadas, tres cucharas; cuando solo vivía allí la señora.
Todos decían que estaba loca. Ella no estaba de segura, solo sabía que la señora le había dado órdenes que nunca repitió y le dejaba en sus manos esa casona.
La planta baja era suya. Abría las ventanas para cambiar el aire enrarecido por el perfume del campo; barría y baldeaba los patios y los pisos que parecían revivir con la luz y el agua.
La tristeza retrocedía cuando ella con la escoba, barría y la exponía a la luz del sol.
No entendía como la señora nunca bajaba de su habitación pero tampoco lo cuestionaba; eso le daba la posibilidad de transformar y así disfrutar de la planta baja.
Mientras limpiaba y barría sus sueños flotaban en el aire, la música sonaba en sus oídos, solo en sus oídos; le habían prohibido prender la radio. La música estaba prohibida en esa casa.
A media mañana una campanita sonaba en el primer piso, ella subía y retiraba la bandeja con las tres tazas vacías. Siempre creyó que la señora estaba muy delgada aunque comiera por tres.
A la una de la tarde, cuando el sol de verano golpea la cabeza con tal fuerza que solo un sombrero permite andar por el campo, subía la bandeja con las tres porciones de guiso y las dejaba en la mesita.
Una hora más tarde la campana volvía a sonar como signo de que había que retirar el servicio. Esto se repetía con la merienda.
Antes de anochecer subía una cena frugal que dejaba en la mesita y decía:
-"Hasta mañana"- nadie respondía.
Bajaba por la escalera, abría la puerta, salía de la casa y detrás de ella una sombra empujaba la puerta y se escuchaba el cerrojo.
Volvería al otro día para repetir el ritual una y otra vez.
Un día todo fue distinto; ella llegó temprano, golpeó la puerta pero nadie abrió. Esperó pensando en que la señora estaría ocupada y que pronto le abriría.
El tiempo pasó, su timidez y cautela fueron vencidas por el temor de que algo hubiese sucedido con la señora .Empujó la puerta y se abrió. Entró con cuidado; esta vez no fue solo su corazón lo que se sintió afectado, un olor nauseabundo inundaba el salón.
Lentamente entró y decidió subir la escalera.
Al llegar al salón donde se encontraba la puerta del dormitorio de la señora el olor era insoportable, parecía que no la dejaría llegar hasta la habitación.
Frente a la puerta que nunca había abierto se paró dudando por unos momentos pero supo que debía abrirla.
Cuando tocó el picaporte y abrió la puerta vio espantada que del techo colgaban dos crisálidas del tamaño de un cuerpo humano.
En la penumbra buscó a la señora. Vio un bulto en la cama y se acercó llamándola en voz baja. No se movía. Retiró las frazadas que la cubrían y vio espantada la cara momificada de la señora.
No pudo ahogar un grito. Las crisálidas comenzaron a abrirse.
El terror se apoderó de ella que quiso correr, pero sus pies no se movían.
Una de las cápsulas se abrió y cayó un cuerpo que parecía humano.
El mundo se oscureció.
Cuando despertó se encontró en la planta baja, sentada en un sillón y una carta con su nombre sobre una mesita, escrita por la señora.
En ella leyó:
"Querida señora:
Gracias por cuidarme todo este tiempo. Nada podría pagar su respeto y discreción. Pero ahora que no estoy para protegerlos necesito de su ayuda más que nunca.
Ya debe haberlos visto. Los he cuidado durante años. Ahora que se han transformado deberán aprender. Usted está más preparada que yo para acompañarlos .Serán como niños. Habrá que prepararlos para el mundo.
Gracias .Eugenia Vidal"
Era la primera vez que la señora tenía nombre pero no entendía a que se refería. Mareada decidió subir al primer piso, esta vez no necesitó abrir la puerta de la habitación principal.
En el hall donde siempre dejaba la merienda, dos jóvenes alados la esperaban sentados en el suelo.
Cuando la vieron sonrieron pero no emitieron sonido.
Sus alas se desplegaron tirando los platos que colgaban de la pared. Esto los asustó y se quedaron inmóviles.
Ella allí lo supo. Las tres tazas, las seis tostadas, los tres tazones de guiso; eran ellos a quienes estuvo cuidando junto a la señora.
¿Qué serían?
No importaba, ellos la necesitaban.
Sus sonrisas fueron suficientes para que ella decidiera que era hora de ser una madre.
28 de junio de 2015.