Capítulo 13.

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De todas las ideas que a Sara se le podrían haber ocurrido, aquella era la peor con diferencia. ¿Desde cuando había sido buena idea colarse en la casa del chico para prepararle una fiesta sorpresa?

Las llaves de repuesto que Rodrigo le había dejado a Sara de su antigua casa, eran exclusivamente para poder dejar entrar a los de la mudanza algunos días en los que él no pudiera gestionarlo por estar tan lejos. Y para eso habían sido usadas hasta aquel momento. Aunque no había sido el único uso que ella le había dado.

El hecho de que Helena se mudara lejos de su hermano, había hecho que las relaciones familiares en su antigua casa se centraran en Dani, y en el esfuerzo tan grande que habían dedicado los últimos meses en que no se fuera también de casa. No deseaban que sus hijos abandonaran tan pronto el nido. Y Dani, lejos de sentirse más cerca de ellos, deseaba escapar, pero sabía que tenía que ser paciente con ellos. Siempre tan sobreprotectores. Helena había cambiado demasiado desde aquellos últimos meses que había pasado en Estados Unidos con su padre, y eso era innegable. No deseaban que Dani empezara a dar signos de independencia, a pesar de que sabían, eso era imposible.

Helena debía, por petición expresa de Sara, decorar la casa de Rodrigo con todo tipo de cosas para una fiesta. Aunque, siendo realistas, eran objetos tan infantiles que más que celebrar la fiesta de vuelta de Rodrigo, un joven de veinticuatro años, parecía más el cumpleaños de un hermano pequeño de cinco. No se imaginaba a Rodrigo entre todo aquel entorno, y entonces pensó en su pasado, en lo que había sido una vez. Con todas las de la ley, aquella atmósfera no pegaba en absoluto con él.

Miró su reloj. Aún quedaban unos minutos para que llegaran algunos antiguos amigos de la ciudad del chico, o eso le había dicho Sara. Su idea era que permaneciera allí para abrir la puerta a todos ellos. La fiesta sorpresa que su amiga pretendía hacerle a Rodrigo, le parecía demasiado irreal. Se sentía ligeramente fuera de lugar. Y seguramente todo lo estaba, pero se limitó a quedarse en silencio, observándolo todo, guardando una copia más o menos fidedigna de aquel salón e imaginándose a Rodrigo paseando por él. Tirado en el sofá, durmiendo o pasando canales en la tele con un gesto aburrido que muy pocas veces le había visto poner.

Volvería a verle. Aquella misma tarde. Aún no había podido procesar esa información. Le costaba creer que, a pesar de todo lo que había pasado entre ellos, él volviera a su vida. Aunque solo fuera por un corto periodo de tiempo. Porque mientras se encontraba fuera, su mundo se sustentaba de una forma diferente a cuando estaba cerca de ella.

Lo normal era rutina. Aburrida y triste rutina. Clases, flexo y apuntes. Aquello no era su sueño de vivir sola, pero se conformaba con pensar que algún día todos los esfuerzos puestos en su carrera darían fruto más pronto que tarde. O eso deseaba ella.

Cuando Rodrigo aparecía en su mente, las cosas cambiaban. Pensaba en Carlos, pero también en Julia. Y sentía un dolor intenso en el estómago que la dejaba sin respiración durante al menos un minuto. No quería pensar en todo lo mal que lo habían pasado, ni tampoco todo lo que les separaba. Eso era lo peor, porque cuando Rodrigo estaba en su mente, se sentía desprotegida y tenía miedo. Cuando él estaba a su lado, su mente se quedaba en blanco y no sabía procesar más allá de que era una chica, frente a un chico al que estaba más cercana de lo que jamás hubiera podido admitir en alta voz.

Aquella era la realidad. Pero en aquel momento, únicamente era ella misma. Sola. Abandonada con sus destructivos y pesados pensamientos. Aun así, la influencia de estar rodeada de su viejo entorno, de estar en su casa, en la que ya había estado meses atrás, en su fiesta de despedida, la aliviaba porque de alguna manera sentía cómo su olor había quedado impregnado en las paredes y el eco de su voz todavía se oía en algunas partes de los pasillos. Estaba sola, pero realmente, no podía decir que se sintiera sola sin mentir, aunque fuera en corta o pequeña medida. Rodrigo seguía en aquella casa. O al menos, su esencia. Eso era suficiente para devolverle algunos recuerdos buenos de entre todos los malos que habían vivido juntos.

Bajo vigilancia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora