Capítulo Vigésimo Segundo (narrado por Val)

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¡Qué bueno que era estar en casa! Bah, ya sé que técnicamente mi casa era el minúsculo piso que compartía con mi padre en Aracia, pero en realidad Fálizta era mi hogar. Además, aquella vez no iba solo con Marina, sino que además iba con Luisa, con la que había comenzado a salir hacía unos cuantos meses, y de la cual seguía perdidamente enamorado.

Lo único malo de aquella llegada a Fálizta, era que nuestra cabaña había sido nuevamente destruida.

-¡Joder! ¿Pero qué coños le ven a nuestra cabaña? ¡¿Acaso tiene algún hechizo que atrae imbéciles?!-chilló Marina al ver los restos de lo que había sido nuestro refugio el año anterior.
-Tranquila, al menos estaremos los tres juntos.-afirmé, muy equivocado.

A Luisa le tocó compartir cabaña con una chica llamada Hanna, una rubia (cómo no) de ojos celestes, algo regordeta y con una sonrisa que podría iluminar una noche sin estrellas.

Pero no era tan malo: su cabaña quedaba muy cerca de la nuestra, a tan sólo unos pasos.

Dentro de unos pocos días sería lo que en nuestra ciudad, los fantasmas llamábamos "La Repartición ".

Como su nombre lo indica, en esta ceremonia se reparten diversas tareas que hay para cumplir: cocinero(a), enfermero(a), cultivador(a), bibliotecario(a), guardia, albañil o Marcador.

La mayoría de estos trabajos deben de sonarles familiares y los que no serán explicados más tarde.

Para "La Repartición", absolutamente todos los fantasmas debían ir vestidos con sus mejores ropas, y cada uno de ellos era sometido a un par de entrevistas y pruebas para ver cuál sería la tarea que realizaría durante su estadía.

Luisa, claramente, estaba de los nervios los días previos a esta ceremonia. Me pedía a todas horas ayuda o consejos para saber cómo actuar el gran día.

-Sé tu misma.-le decía todo el tiempo.
-Pero, ¿qué pasará si no les gusta cómo soy? ¿Qué pasará si al decir lo que pienso me toman por una idiota? He estado toda mi vida teniendo cuidado con lo que digo y eso me está enfermando, Osvaldo.-me soltó el día de la víspera.

Me reí y le di un beso en los labios.

-Tú tranquila, si ellos no te aceptan, siempre me tendrás a mí.-le susurré al oído.
-¿Me lo prometes?
-Te lo juri. Sin ti los días son eternos y tristes, no creo poder soportar una vida entera así.

Luisa me miró fijamente a los ojos.

-¿Y si algo, el Destino quizá, nos separa?-me preguntó, susurrando.
-Moriré probablemente.
-¿Es eso posible?
-Claro que sí: la única manera de que un fantasma muera es si está deprimido de tal manera que su alma se esfuma.
-¿Y tú te esfumarás sin mí?
-Me esfumaré, con la esperanza de encontrarte algún día.

Luisa sonrió.

-Vale.-me dijo y apoyó sus labios sobre los míos.

Seguía sin acostumbrarme a la dulzura de sus besos y al calor que emitían sus labios cuando se encontraban con los míos.

Finalmente, el inquietante día llegó. Para la ocasión, me había puesto una camisa blanca con un saco de traje negro que solía usar mi padre, unos vaqueros y unos zapatos negros de cuero.

-Qué guapo que estás.-comentó Marina al verme posar frente al espejo de nuestro nuevo hogar.
-¿Crees que a Luisa le gustará?-le pregunté.
-Claro que sí, Tortolito.-rió-¿Y tú crees que al susodicho le guste cómo estoy vestida?

La miré. Llevaba puesto un vestido de encaje rojo, que tenía manga tres cuartos y le llevaba a las rodillas. En la cintura tenía un cinturón dorado que le daba más gracia al vestido. Lucía realmente hermosa.

-Le va a fascinar, y si no es así, te recomiendo por enésima vez que dejes de amarlo.

Marina suspiró.

-Ojalá me fuera fácil olvidarlo. Lo he intentado miles de veces, pero supongo que es cierto lo que dicen: el corazón de un fantasma jamás abandona.
-Lo sé, tonta, pero no te conviene gustar de él: ¡es el hombre más mujeriego de toda Aracia! Debe de haberse acostado ya con miles de chicas.
-Uno no elige de quién se enamora.

Bufé.

-Como digas.

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