Carlotta y Nadir

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Para Loretto

Habían tantas cosas que Nadir creía, por ejemplo los fabulismos de los viajeros y mochileros, creía que la afasia de su madre era reserva, que la paraplejia de su padre era cansancio y que su perro no estaba muerto sino dormido. Nadir era de esos que caen en el cuento del tío una y otra vez y no solo eso,  a veces daba voluntariamente su dinero a mendigos y estafadores por igual… no es que Nadir fuera idiota sino que vivía en su propio mundo, poco consciente de sus alrededores, y tanto que sus hermanos le molestaban todo el día con esas cosas, y él ni cuenta se daba. Una de sus principales ocupaciones era leer, cada día empezaba y terminaba un libro, para ser más exactos una novela, puesto que le encantaba creerse dentro de estas historias que contaban esos autores misteriosos; de niño me comentaba que siempre se imaginaba al personaje principal como él mismo y al resto de los personajes los distribuía entre sus familiares y conocidos, pero él era siempre el héroe de esos libros que leía cada día y siendo un héroe en sus fantasías, supongo que no veía que la realidad fuese tan atractiva. Pronto aprendió cosas y palabras que el resto de su familia no conocía (claro que, yo sí las comprendía) y las volvió parte de su vocabulario normal. Su familia no entendía sus rebuscaciones y sus modos ampulosos, pero a él no le importaba si entendíamos o no, en su mundo éramos meras sombras… los personajes secundarios que pueden morir y el libro continuará.

Debo admitirlo, envidiaba a Nadir… siempre con esa actitud tan parecida a la de un niño que no piensa en otra cosa más que en sus libros, su música y su comodidad, sin darse mucha cuenta de que a su alrededor tenía a una madre cansada, un padre inválido y tres hermanos que se partían el lomo trabajando para comprar la carne, verduras y pan de cada día. A él no le exigían nada, creían que el muchacho era autista, raro o al menos tonto. Pero eso se debía a que, a diferencia mía, no habían comprendido (es más ni siquiera lo habían intentado) que Nadir, no quería dejar de ser niño, demasiado metido en sus libros y etcéteras, nunca tuvo, o había tenido, el valor o las ganas de salir de la candidez que trae la niñez, y yo no podía tolerar eso, porque podía ver que Nadir tenía un potencial gigantesco que desperdiciaba en soñar que era Edmond Dantes, Alexandros, Aragorn, alguno de los muchos Buendía o Beren, no podía (o no quería) permitir que ese potencial se desperdiciase en una vida dedica a soñar y a crear románticas utopías. Así que decidí actuar puesto que al fin y al cabo yo era su padrino, y sus hermanos jamás notarían lo que yo. Cada vez que podía, metía libros existencialistas o testimonios trágicos de la vida real en la pila de libros que él se proponía a leer, pero Nadir no los leía… los dejaba a un lado, o se los regalaba a los viandantes (lo cual me ponía de pésimo humor y tenía que tomarme un vodka mezclado con vino blanco para perder el sabor a bilis en mi boca), no importaba cuantas veces lo intentase, no lograba que Nadir leyese esas historias tan de la vida real, él prefería esas historias falsas y románticas puesto que la mayoría terminaban bien y le permitían seguir siendo un niño y/o un soñador, entonces la respuesta me vino un día que me enjuagaba la boca con whisky tratando de olvidar mi rabia. Una respuesta que me tomó elaborar tres años de mi vida, pero que funcionó.

Tres años más tarde que se me ocurriese mi idea, visité a la familia de Nadir (que por esas épocas tenía veinte años), por las vísperas del cumpleaños de su (no hace mucho fallecida) madre, en la casa de campo que habían adquirido hacía ya un año. En aquellos tres años los tres hermanos de Nadir habían reunido una fortuna y habían formado familias funcionales con mucho sudor de sus frentes e incluso ciertos sacrificios humillantes, Nadir por su parte se había casado con una bellísima mujer de pelo rubio y tez trigueña llamada Rebecca Yazoa; él seguía siendo el mismo de siempre y su mujer era simplemente el lugar donde podía practicar escenas románticas o eróticas que leía en sus libros, no me cabe duda de que la muchacha, de apenas dieciocho años, se sentía amada por Nadir y mimada por el dinero que Nadir recibía de sus tres hermanos, en fin, me recibieron bastante alegres los cuatro hermanos y me preguntaron que había sido de mi, su padrino, que simplemente me había esfumado de la faz de la tierra; yo les conté que durante esos tres años había estado escribiendo una novela (aún recuerdo el fulgor de los ojos de Nadir cuando dije esto) separada en cinco gordos tomos;

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