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El museo cerró puntualmente a las 9 de la noche, tal como lo hacía desde hace 20 años.  Era esa hora exacta donde cesaban los piececillos que con asombro se movían de lado a lado, preguntas de tono agudo y chillidos de rabietas. Se esfumaba la presencia de las institutrices tan rígidas y exigentes como la época lo apremiaba, desprendiendo olor a naftalina de sus recatados trajes.

El murmullo de los traductores y guías que elocuentemente narraban historias memorizadas quedaban perdidas en las salas del museo pintoresco en medio de la ciudad de Brooklyn.

La sala del museo más atractiva era sin duda aquella que contaba con figuras de cera, cada una de ellas poseía perfección en cada detalle esculpido, la ropa precisa y escenario ajustado a la de cada época representativa. Aún así, la mayor atracción estaba por venir. El espacio estaba siendo adaptado justo en frente de la figura del general Zhang, habían tomado poco más de medio año para ambientar la sala y negociar la mejor forma de traer la nueva figura intacta desde Corea.

Era justo a las 9 en  punto, donde las luces se van y las vidas de los muñecos de cera se abren al mundo.

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⏰ Última actualización: Nov 18, 2016 ⏰

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